Jorge Alberto Gutierrez


Eduardo III, Rey de Inglaterra, exigió para liberar a la Villa de Calais del asedio al que la tenía sometida, que seis de sus hombres más notables salieran de la ciudad para que luego de "ofrecerse a merced del vencedor", fueran ejecutados en la horca. Aún sin terminar el tañido de las campanas que anunciaban la noticia, y de la conmoción que suscitó entre los habitantes, surgieron de la multitud los 6 héroes que habían decidido sacrificar su vida, para salvar a la población de la tragedia que estaba a punto de pasar.
Augusto Rodin fue el encargado de materializar en un conjunto escultórico el momento de la partida: Está el viejo de coyunturas gastadas y cuerpo estremecido, firme en su resolución; el joven de músculos formados por el trabajo, contraídos por la incertidumbre de morir; el que lleva las llaves mientras las muerde en silencio con las manos; el del lazo para la horca; están todos en el momento final de sus vidas, absortos en la soledad de su renunciamiento.
Era imprescindible captar toda la emoción de ese instante, para conmemorar fielmente y para siempre el heroísmo de "Los Burgueses de Calais". Consecuente con la dimensión de aquella historia, que interiorizó y develó palmo a palmo mientras interpretaba en bronce el corazón de aquellos hombres, Rodin propuso para su exaltación un pedestal de aproximadamente 10 centímetros de altura que debía ser ubicado en la misma plaza de donde habían partido, como si fueran hacerlo otra vez en cualquier momento, de tal manera que se confundiesen con la gente, en la cotidianidad alegre del mercado.
Manizales no hace mucho tiempo emprendió un "movimiento ciudadano" en el que participaron muchos niños y adolescentes de colegios públicos, desnudaron de sus plásticos multicolores largos trozos de cables de energía para rescatar el cobre conductor y junto con un montón de llaves en desuso, de armarios, alacenas y portones, recaudar el material suficiente para construir el Monumento a los Colonizadores que se instaló en Chipre, en el lugar más prominente de la ciudad. Solo que al contrario de la historia que acabamos de leer, los Colonizadores se quedaron solos, absolutamente solos, en ese promontorio ubicado en la inmensidad de la cordillera de los Andes; la hazaña que habían emprendido hace más de 150 años corre el riesgo de escapar a la memoria. El papel de un monumento es mantenerla vigente, pero no en el exilio al que parece haber sido condenada.
Cuando se discutía en el Tribunal de lo Contencioso Administrativo, acerca de la "legalidad" de una tienda Juan Valdez en un parque público, se respondió a la acción popular que exigía su inmediata demolición, con el argumento de que el parque con la tienda había recobrado su carácter público, entre 800 y 1.000 personas utilizan sus servicios diariamente, sin contar los acompañantes y los que acuden a diario de todas las edades y condiciones, a reunirse, a estar allí. Alguien dijo jocosamente que desde que existe Juan Valdez no es necesario tener oficina, pero también se argumentó en su defensa el que las ciudades de Europa, o entre nosotros Cartagena de Indias, utilizan el entorno o las plazas mismas para localizar tiendas y cafés como una manera de estimular y proteger su carácter público. La manera de vivir la ciudad de los manizaleños cambió para bien, pensar en retirarla sería hoy una mutilación imperdonable a la vida de la ciudad.
El bucólico "Lago de Aranguito" con sus patos, pérgolas de buganvilias, y juegos infantiles, seguido por "Las Torres de Chipre" con su "meseta" mirando los 360 grados al mundo, y los amoríos al interior de los carros, escoltados por la luz del atardecer o el cobijo de la luna, fueron desplazados para ubicar el monumento a los colonizadores, no sin antes hacer un movimiento de tierras para "sacarle punta" al terreno y simular una montaña, ¡hágame usted el favor!; pocas, muy pocas personas lo visitan diariamente y aquel lugar que fue otrora público por excelencia, quedó a merced de los vándalos, la soledad y la maleza. La atalaya natural de la ciudad, aunque alberga un monumento público perdió su carácter, quedando inerte y vacía, como si le importara un bledo el mundo que la rodea.
Propongo, entonces, que el Monumento a los Colonizadores se reubique en una de las glorietas de la ciudad, en la de San Marcel por ejemplo, o en el recorrido de Chipre y se recupere el lugar para la ciudadanía, ojalá con otra emblemática tienda de Café de Colombia. El Monumento recobraría su cometido, que es la preservación y exaltación de la memoria, porque se haría cotidiano a la vida de la ciudad y el sitio donde ahora está implantado recobraría su carácter público, un mirador natural a los esplendidos atardeceres que pueden observarse desde allí, donde la contemplación del paisaje estaría asociada a la osadía de nuestros antepasados, que recorrieron ese vasto territorio para afincarse justamente aquí.
P.D.: Se hizo no hace muchos años, un concurso público para construir un mirador, un icono urbano que reforzara su vocación de atalaya, el proyecto ganador hacía a mi juicio, el acento necesario que requería la montaña, revivirlo sería un acierto.
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