Carolina Martínez


Por estos días de octubre hace 10 años nos fuimos con unos amigos a Miami a un concierto de nuestra banda favorita. Compramos las boletas varios meses antes por Internet, y algunos de ellos hasta compraron para las dos presentaciones de la gira "FortyLicks", lo que a los otros pendejos nos pareció demasiado: dos conciertos de los Rolling’s, igualitos, un día uno y al siguiente el otro… Aunque yo la verdad es que lo hice por el costo, porque después de haber soñado toda la vida con verlos, esas dos vececitas serían apenas lo justo, pero decidí que una me bastaba, para poder hacer compras.
Llegamos al primer concierto y en la misma buena nota en que estábamos nosotros vibraban las otras 30 mil personas. Afuera repetían por los parlantes: No cameras, no liquors, no drugs, no cigarettes, no lighters. Afortunadamente nosotros no llevábamos cámaras, y sin problema nos deshicimos del resto pues la dicha tan sublime que llevábamos no nos la quitaba nadie. Este clima delicioso, con nuestras pintas psicodélicas, abuelos hippies, papás boomers y nietos alternativos, todos dispuestos a gozarse el mejor rock & roll de este planeta. Adentro vimos con sorpresa cómo todos tomaban y fumaban como si nada y nadie decía una palabra. Nosotros secos, con ese calor y esos jeans y esos tenis que me puse dizque por si me pisaban o tumbaban cuando empezaran a empujar... Nadie me rozó siquiera.
Salimos de allá y nos fuimos al apartamento de uno de los amigos, y nos amaneció, y la euforia rocanrolera no se nos pasaba y nos fuimos a la playa y frente al mar me convencieron de tratar de ir con ellos al otro concierto. El problema es que si no conseguía entradas, que estaban agotadas desde hacía un mes, me tocaría devolverme sola, y el estadio era lejísimos y el taxi me iba a costar más que la boleta.
Llegamos al Miami Arena y de inmediato apareció un revendedor. En menos de cinco minutos tenía mi ticket frente al escenario, fila 16. Era tan bueno el sitio que uno de los amigos me ofreció cambiarme la boleta para que yo no me fuera solita a ese puesto, pero a pesar de que esta vez ellos llevaban lo que la noche anterior dejamos afuera, me fui sola a mi silla, en bikini y salida de baño, y en chanclas, y me gocé este concierto más que el anterior, porque además de distinto, en este Keith Richards se hizo un inolvidable solo de guitarra. Pero se acabó, como se acaba todo en esta vida, y nos tocó ir a dormir un poco. Y así siguió nuestro paseo hasta el último día con escaso sueño, bastante whiskey y pocas compras.
Llegué enferma a Bogotá y así trabajé una semana hasta que una mañana mis compañeros me vieron tan amarilla que me llevaron a urgencias. Hepatitis. No había duda. Me fui a donde mi mamá un mes, a que me cuidara y juiciosa me hice todos los exámenes, pero esa vaina no se me quitaba: me sentía divinamente pero me tomaba unos traguitos y me ponía tan amarilla como un lápiz. Insistí unas cuantas veces más, porque no estaba dispuesta a dejar de tomármelos y cambié de médico ya que el que tenía me aconsejaba que dejara todo y cambiara de amigos.
Y llegué donde una eminencia, cuchito y adorado, quien luego de miles de exámenes y una biopsia de hígado, reunido con su junta de médicos, me diagnosticó hepatitis autoinmune. Después supe el porqué de la cara con que me lo dijo: al parecer de eso no se salva nadie. Y da por de malas, nadie me lo pegó, le puede dar a una persona autoinmune aunque nunca haya tomado trago, pero me dio a mí, después del paseo rollingstoniano y si no es porque se manifiesta después de esta fiesta, no me doy cuenta de que lo tengo y me muero de eso sin saberlo. Pero ya sabiendo que no podía consumir alcohol ni químicos, podría vivir siquiera cinco años, y lo bueno es que si tomaba trago ya sabía de qué me iba a morir.
Mi médico cuchito se jubiló y mi historia clínica se la dejó a uno de los doctores de aquella junta médica en la que me desahuciaron. Hace unos tres años fui a consulta con el nuevo doctor y me dijo que yo nunca había tenido la hepatitis autoinmune esa -porque no estaría ahí- y que lo que tenía era hepatitis alcohólica-no-alcohólica… otra cosa más rara aún. El caso es que hace diez años me cayó del cielo este padecimiento que no me permite ingerir más de tres cervezas. Hace 10 años no me enlaguno, y soy dueña de mis actos diurnos y nocturnos. Desde hace 10 años no tengo un guayabo moral.
Los Rolling Stones no solo me salvaron de mí misma sino que me hicieron, y rehicieron a mí misma. I know is it’s only Rock’n Roll, but I like it. Y hoy me encanta ir a un concierto sin necesitar ningún estimulante artificial para extasiarme sin sombras en ese momento único. Yes, I do.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015