Óscar Dominguez


Cinco palabras desataron el escándalo: "Jesús les dijo: mi esposa". La expresión la encontró la profesora Karen King, de Harvard, en un papiro escrito en copto antiguo. Su conclusión: Jesucristo estuvo casado.
Ningún evangelista habla del matrimonio de Jesús. Solo san Pablo, soltero cero kilómetros, comenta en alguna de sus epístolas que la disyuntiva era casarse o abrasarse.
L’Osservatore Romano, el periódico del Vaticano, montó en cólera y calificó de falso positivo el descubrimiento de doña Karen. Roma teme, posiblemente, que los curitas se alcen en sotanas y exijan matrimonio pa rendir más. Tienen mi beneplácito para un matrimonio opcional. Tenaz el celibato. Dormir solos es un desperdicio.
Si aceptamos que doña Karen está en lo cierto, deduzco que el primer acuerdo sobre lo fundamental al que llegaron Jesús y María Magdalena fue que él no sacaría partido de su condición divina; ella iría a todas partes con sus ojos perturbadores y su desdén de mujer fatal.
A Jesús de pronto se le alborotaban los poderes y le leía el pensamiento. Descubrió entonces que ella pensaba mal de él. (María le criticaba que se la pasara curando a todo mundo, incluida la suegra de Pedro, sin cobrar un dracma. Con lo cara que estaba la vida).
Cuando María de Magdala se dio cuenta de que Jesús le interceptaba el pensamiento, le encendía la loma. Para contentarla, su marido le preparaba dulce de dátiles, su debilidad.
Como cualquier pareja de Hollywood discrepaban por incompatibilidad de ronquidos. Eso lo solucionaron durmiendo en catres separados, fabricados, con descuentico, por papá José.
Simplemente María se salía de la túnica cuando su hombre se demoraba. Entonces le montaba tremendos "videos". Jesús, irónico, comentaba en la sinagoga: "En mi casa se hace lo que yo obedezco".
Los celos de pronto hacían de las suyas. La Magdalena se enteró del episodio de la mujer adúltera y cuando su costilla llegó a casa lo recibió cargada pa tigre: ¿Y quién es ella? ¿O es que su educación tiene su "reality" con la vieja?
Hasta se empeñó en averiguar qué había escrito Jesús en el suelo ese día. A él se le subió la bilirrubina, proclamó su derecho a no incriminarse y no soltó prenda. Callar es la cuota inicial para que los esposos no terminen dándose en la uribista jeta.
Jesús casi no la contenta. Tuvo que inducirle un sueño profundo en el que le borró del casete el episodio ese. Remedio certero para clonar y reducir enfrentamientos caseros.
A veces discrepaban porque a Jesús se le olvidaba reportarse a través del Blackberry de entonces: las señales de humo.
Fueron felices a medias. La felicidad completa solo existe en las estadísticas, en algunas baladas del finado Leonardo Favio y en novelas de Corín Tellado.
No comieron perdices porque la carne le trepaba los triglicéridos que entonces no se conocían, y lo volvía demasiado humano. Que es como nos lo presenta doña Karen. Y como nos gustaría verlo a muchos: perdidamente enamorado.
Pero el Vaticano dijo no. Es su oficio. Como el oficio de Dios es perdonar a quienes decimos que nos gusta más el Jesús de lavar y planchar.
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