John Harold Giraldo Herrera


Aunque no fue intención del Festival, muchas de las películas resultaron mostrando aspectos de la juventud, y queda un aire de desolación por el dejo, la falta de espacios, una forma silente y vacía de la juventud, y enmarañada en eso de adolecer.
En Cuenca (Ecuador )se llevó a cabo la XI versión del Festival Internacional de Cine. Patricio Montaleza el director del certamen ha venido consolidando un evento cinematográfico con un público muy nutrido y diverso y con un talante que hace que la ciudad se engalane con el séptimo arte.
Fueron 9 películas en la competencia. El país invitado fue Colombia y aunque no obtuvo ninguno de los premios otorgados por el jurado, el público quedó con varias ideas sobre las producciones que se gestan. La apertura se vivió con la presentación de un documental basado en la vida de tres juglares del vallenato y quienes emprenden un viaje hacia Alemania para tocar en el país donde nace el acordeón con una banda sinfónica que los acoge. El Viaje del acordeón es una película con una respuesta muy favorable de los espectadores, quienes reímos, nos angustiamos y a medida que aparece la ingenuidad y el asombro de sus protagonistas, encontramos pistas sobre el vallenato.
Aunque no fue intención del Festival, muchas de las películas resultaron mostrando aspectos de la juventud, y queda un aire de desolación por el dejo, la falta de espacios, una forma silente y vacía de la juventud, y enmarañada en eso de adolecer. De hecho la película premiada entre la crítica y el jurado fue la del argentino Raúl Perrone llamada P3ND3J05, un nombre que hace alusión a los chicos, y que a través de sus skates, más sus incertidumbres y formas de estar, nos muestra un panorama de apartamiento del mundo, de mucha frialdad en sus relaciones, más aún con los adultos. La película goza de no tener una estructura narrativa clásica, más bien son cuadros, escenas sin principio ni fin que dan la idea de un desestructuramiento, incluso no hay diálogos. Su poca convencionalidad, más los riesgos, la forma íntima de acercarnos a los que aparecen, la conexión que se genera debido al manejo de lo sonoro, le dieron los honores.
Otra que llamó la atención fue la película peruana Chicama, ubicada en una región apartada de los lugares mediatizados, esta película se asoma a la vida de un joven docente que ni por vocación menos por convicción sino por la simple naturalidad de los hechos termina en una escuela en La Sierra. No hay conflictos mayores, tampoco tragedias, solo el pasar del tiempo, la vida rutinaria en una escuela, un alejamiento entre la familia y nada melodramático, como tampoco romances o encantamientos y así va pasando todo, los niños, las fiestas del lugar, el paisaje… la crítica y el jurado le dieron una mención especial.
Por el lado del cine ecuatoriano se apreciaron tres películas, una de bajo presupuesto –fuera de competencia- y que están dentro de esa categoría de cine B. Una especie de Jairo Pinilla en Ecuador, la prensa le dice el Tarantino criollo. Presentó su filme número tres: El ángel de los sicarios. Para hacernos a una idea de su cine, le pide a los actores que paguen por estar en sus películas y prefiere utilizar las balas de verdad –aunque se corran riesgos- porque salen más baratas y le da más realismo a lo narrado. Otra película en competencia fue la de No robarás… (A menos que sea necesario) de la directora Viviana Cordero, una cinta metida en los huesos de un grupo de jóvenes punk, algo díscolos y con un fuerte vacío emocional, y una niña –Lucía- de 16 años que le toca hacer de padre y madre de sus dos hermanos menores porque su madre va a la cárcel por un problema de violencia intrafamiliar. Su actuación es convincente y le ameritó el premio a la mejor actuación. Como dato curioso la directora sufrió un robo el día que iba a presentar la película. Para no quedar al margen, el realizador cuencano Eduardo Montaleza presentó su documental El último lugar, una historia de músicos en medio del encierro y la búsqueda de la libertad, despertó mucho interés en el público, por lo cercano y emotivo.
Se cerró el telón, y de seguro la acogedora ciudad, sus gentes y la dirección del festival traerán el nuevo año un banquete de películas y de posibilidades para encontrarnos desde el séptimo arte.
Docente universitario y periodista
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