José Jaramillo


El humanista, catedrático y escritor Euclides Jaramillo Arango, quien nació en Pereira pero vivió la mayor parte de su vida en Armenia, donde desarrolló una fructífera actividad cívica, académica, intelectual y empresarial, usaba en sus escritos, y en todas sus intervenciones públicas y en la cátedra universitaria, un lenguaje adobado con exquisito sentido del humor. Un libro suyo se titula "Los talleres de la Infancia", en el que describe con mínimos detalles cómo nos tocó a los niños de épocas lejanas elaborar los juguetes, porque de fábrica solo se conseguían muñecas para las niñas, bolas de cristal, o canicas; carros de lata, trompos (que debían ser torneados) y las cabezas para los caballos de palo. Todo lo demás que a los niños se les ocurría tenían que hacerlo con sus propias manos, y con su creatividad, para lo cual se agrupaban entre hermanos, parientes o vecinos, acopiaban los materiales necesarios y buscaban la asesoría de artesanos que les ayudaran, y prestaran herramientas. Para estos casos los más recurrentes eran mecánicos, carpinteros, talabarteros y zapateros. Los primeros proveían repuestos viejos en desuso, como balineras; los artistas de la madera aportaban recortes y puntillas torcidas, que los niños buscaban entre la viruta y la basura y las enderezaban con una piedra sobre el andén; quienes elaboraban sillas de montar, cabezales y frenos siempre tenían a disposición de los niños pedazos de cuero, que inclusive entregaban cortados, de acuerdo a las necesidades del juguete que se estuviera elaborando; y los zapateros remendones eran generosos con la cola-pega, especialmente para hacer cometas. Ah, y para éstas los comerciantes regalaban papel de envolver, especialmente el sedilla que es más liviano; y el carpintero ayudaba con la sinfín a cortar las varillas.
Antes de que el plástico se impusiera con los tubinos para el hilo, éste venía en unas carretas grandes, negras, que las costureras les regalaban a los niños, para hacer carritos, complementando con un palito, una vela y un pedazo de caucho, del que las modistas usaban para las pretinas de calzones y calzoncillos. Y estas mismas señoras aportaban retazos, que amarrados con cabuyas servían para hacer pelotas para jugar fútbol; y las niñas los utilizaban para hacerles vestiditos a las muñecas.
En otra actividad en la que se ponía a prueba la creatividad de los niños era en el montaje de obras de teatro, para lo cual se armaban los escenarios en la pesebrera de cualquier casa (no habían garajes), con ropones, gobelinos, tapetes y muebles que las mamás prestaban como utilería, y ellas mismas organizaban; además de maquillar a los artistas, de acuerdo con el libreto de la obra, que ayudaba a redactar el maestro de español de la escuela.
Mientras los nietos se ríen, y hasta pesar les da, cuando se les cuentan estas pendejadas, a uno se le empiezan a encharcar los ojos, y solo se le ocurre dedicarles estos recuerdos a las mamacitas en su día.
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