María Leonor Velásquez Arango


Hemos tenido varias convocatorias y mensajes, en las últimas semanas, alrededor de la importancia de tener un norte claro para la Ciudad-Región. Se ha hablado de la necesidad de articular las distintas iniciativas relacionadas con el desarrollo de la región; la alcaldía, con el apoyo de Findeter, contrató con la firma inglesa Atkins, la estructuración de un Plan Maestro para definir una visión de Ciudad Región para los próximos 30 años; se realizó el Foro de Ciudades sostenibles y competitivas con la presencia de expertos internacionales; recibimos la edición especial de la revista Semana denominada Manizales sostenible; uno de los titulares de este diario, el lunes pasado, era ‘Las tecnologías, el camino para que Manizales supere barreras’, artículo en el cual se resalta la importancia de pensar como región tomando como ejemplo el desarrollo del País Vasco.
Es probable que algunos se estén preguntando ¿para dónde va todo esto? ¿Eso de la competitividad será una moda más o de verdad estarán pensando en mejorar la calidad de vida y hacer de esta región un mejor lugar para vivir y visitar, con oportunidades equitativas y generación de riqueza que le permita a cada persona tener condiciones de vida dignas y acceso a servicios con calidad?
Estamos en un excelente momento que puede convertirse en la mejor oportunidad para poner a Manizales no solo en el mapa del mundo sino a la vanguardia, como una ciudad-región que vive con calidad y tiene una oferta muy atractiva para atraer a ciudadanos de cualquier parte del mundo; o estamos en un momento de entusiasmos coyunturales que podrían desvanecerse. Lo que suceda depende de la responsabilidad con que se asuma lo que quiere decir un proceso de transformación de largo plazo para un territorio.
Sería un riesgo pensar que la transformación solo depende de expertos internacionales que traen la fórmula del desarrollo y que se trata -como si esto fuera simple- de hacer o que alguien haga lo que dice la receta; desconociendo un poco o minimizando el valor y la importancia del contexto cultural, histórico y la capacidad de aportar y construir de la ciudadanía.
Aclaro que no estoy en contra para nada de los expertos internacionales; me parece que, son muy valiosos e indispensables para aportar desde un sitio diferente a un mejor entendimiento de la realidad y especialmente a abrir posibilidades hacia el futuro. Sin embargo, pienso que no se puede poner todo el énfasis en lo externo, estoy convencida que el desarrollo de una región tiene un componente exógeno fundamental, pero que sin el componente endógeno las posibilidades se pueden quedar en ideas maravillosas que solo estarán en documentos para el futuro.
La lección más importante que he aprendido como consultora de procesos de transformación viene de mi vida en un pequeño caserío en medio de la nada en la zona del Parque Nacional Tortuguero en Costa Rica; sitio al cual llegué por una decisión personal de vida, con la ilusión de poner todo mi conocimiento y experiencia profesional al servicio de una zona que podría convertirse en ejemplo para el desarrollo de muchos pueblos similares en la costa Caribe centroamericana. Soy idealista y me gusta pensar en grande y cuando llegué a este hermoso paraíso natural, pensé que sería una tarea muy sencilla; lo que descubrí es que aparte de arrogante era ingenua. Para que todas mis ideas se hicieran realidad fue necesario pasar por varios sitios; el primero fue ganarme la confianza y el afecto de los locales, convertirme en una más de la comunidad y empezar a trabajar con ellos en los temas más sencillos que afectaban su vida cotidiana; mostrarles desde la sencillez de lo cotidiano que había otra forma de hacer las cosas, que era posible soñar y trabajar juntos para convertir a Parismina -es el nombre de esta localidad- en un ejemplo de desarrollo para otros pueblos de la zona costera de Costa Rica.
Entiendo la diferencia inmensa entre nuestra hermosa región cafetera y este caserío de pescadores en la selva de Costa Rica; sin embargo, esta experiencia me enseñó que podemos tener las mejores ideas, pensar que el camino que nosotros estamos planteando es el indicado, que hay ejemplos en el mundo que lo demuestran, que si no lo hacemos vamos a desaparecer, pero si no contamos con el interés y la participación de los diferentes grupos culturales de la ciudad, de los ciudadanos que habitan el territorio en los diferentes espacios, la tarea será un poco titánica y no es cuestión de imponer las ideas, se trata de enamorar y permitir que la gente se vea como parte de la transformación.
Creo que para articular, como dice el rector de la Universidad de Manizales en su columna de este diario el viernes pasado, se necesita mucho más que tener la mejor idea o el mejor modelo o traer el súper experto en desarrollo. Aunque el camino sea un poco más largo, se requiere construir con los actores de la sociedad. El reto tiene dos facetas: i) Técnica, donde es importante el apoyo de expertos en metodologías y herramientas ya probadas en otras partes del país y del mundo y ii) La construcción de relaciones basadas en la confianza que fomentan la colaboración y fortalecen el capital social para avanzar, no solo hacia una sociedad más competitiva, sino para lograr un desarrollo sustentable para la región.
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