José Jaramillo


La incapacidad de los gobernantes y la ignorancia de los pueblos se confabulan para que millones de personas en todo el mundo se mueran de hambre, rodeadas de riquezas y oportunidades, la mayoría de ellas suministradas por el entorno natural. Y las disculpas brotan como por ensalmo para justificar la indolencia, mientras que a muy pocos se les ocurren soluciones prácticas; y otros necesitan y alientan la corrupción de los dirigentes y la resignación de los gobernados, para quedarse ellos con los beneficios económicos y engordar sus riquezas.
Los ejemplos son muchos y largo sería ocuparse siquiera de una mínima parte. De momento podemos referirnos a uno solo, que afecta nuestras cercanías: el turismo. Existe una flamante Corporación Nacional de Turismo, dependiente del Ministerio de Desarrollo, y en cada departamento y en la mayoría de las ciudades de alguna magnitud hay una oficina que se encarga del tema. Y el resultado es que casi ninguna hace nada; o lo que hace le queda mal. Y a la iniciativa privada, que es la única responsable de los pocos resultados positivos, se le rodea de toda clase de trabas, por la burocracia y por los entes de control, que de tal no tienen nada.
Dos casos son suficientes para ilustrar este comentario. Manizales tiene uno de los entornos paisajísticos más hermosos que puedan soñarse. Nieves perpetuas, a unos pocos kilómetros de la ciudad. Aguas termales en abundancia. Un clima tropical de 28° promedio y una topografía edénica, adornada de guaduales majestuosos, a poco más de media hora por buena carretera, si se exceptúa el cruce de Tres Puertas, que es feo, poco funcional y peligroso. Y lo único que puede exhibirse como infraestructura turística de calidad es Termales del Otoño, una quijotada de don Arturo Gallego Estrada, que le costó numerosas quebradas, hasta que la coronó, porque este ciudadano, como decía mi mamá, "por donde mete la cabeza la saca, aunque sea en tres pedazos". Y como eventos la Feria de Manizales y el Festival Internacional de Teatro, que apenas cubren dos semanas del año y atraen taurófilos y amantes de las artes escénicas, que son grupos relativamente reducidos. Todas las demás posibilidades están desaprovechadas, con una explicación contundente: las malas administraciones, el voraz clientelismo y la desmotivación de la iniciativa privada.
En el Quindío, por el contrario, los privados han sido capaces de superar la ineptitud de la administración pública. Y en lugar de llorar sobre el tinto derramado por las irregularidades de la industria cafetera, le dieron un vuelco a su economía y han aprovechado todas las posibilidades de su paisaje, su magnífica ubicación, la infraestructura de las residencias campestres y la calidez de sus gentes, para constituirse en el segundo destino turístico de Colombia y mantener un flujo constante de visitantes, del país y del exterior. De ese revolcón el principal responsable es el doctor Diego Arango Mora, un visionario y ejecutivo de altos quilates, a quien, no obstante, la envidia de los incapaces logró enredar en un proceso judicial infundado, y tenerlo detenido unos días en su residencia. Pero como Arango es un varón de recia armadura, sigue trabajando por el turismo del Quindío y desdeña a los mezquinos con las palabras de don Quijote de la Mancha: "Ladran, Sancho, porque cabalgamos".
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