Esteban Jaramillo
LA PATRIA | Manizales

Miércoles en Manizales. Empieza la noche y con ella el entrenamiento. Ausente el conductor por mareos atribuidos al estrés o a la irrigación sanguínea deficiente, dicen los médicos. Por grupos, con un juego a la pelota intercalado, se aceleran pulsaciones y ritmos, en piques devastadores. Es fútbol físico, más que técnico, mucho más que táctico. Se busca la puesta a punto para el partido contra Chicó. Vendrán luego Pasto y Millonarios. Es claro que con el subcampeón en la frontera sur, en la copa, volverá el “Kínder”, en decisión propia del director de grupo, acorde con la estrechez de nómina y la preferencia hacia la liga en la que la necesidad pasa por sumar puntos y mantenerse en lo alto de la tabla.
Se ve el esfuerzo en los jugadores. Son largas horas de trabajo a diario, que ya da sus frutos. Los partidos del Once Caldas son lecciones de anticipo, de firmeza, de presión al límite, así se asomen vacíos técnicos en algunas de sus líneas y el sector de ataque no encaje aun en los planes por la falta de gol. El Once Caldas ya recupera algo de respeto y manifiesta sus altas exigencias en entrenamientos y partidos con apetito de triunfo, sobre todo a la altura de la ciudad. Sumar los puntos locales, se  sabe, lo clasifica.
El juego de este domingo es clave para medir la temperatura ambiental y así determinar si la obsesiones del entrenador están justificadas o no. Su idea, la que es común con identidad  de todos, es la de no hacer concesiones en el campo, con planteos simples, haciendo prevalecer los esfuerzos sobre los recursos.
Equipo utilitario este, de combate en el que en algunos jugadores la pasión sustituye el talento y la humildad se respira por tantos desconocidos en nómina. Las figuras de cuarenta y cincuenta millones mensuales desaparecieron, llevándose con ellos parte de la vida financiera del club.
Es el nuevo Once Caldas, sin chácharas ni burguesías. El Once con overol… como parte del pueblo que lo sigue.