Luis F. Molina


Solamente bastaron ocho días para conocer las dos caras más diferentes de la dinámica política latinoamericana. Las elecciones en Venezuela de un lado, como una noción rarísima de manipulación y broncas, y los escrutinios en Chile, como relación de la importancia de la educación en lugar de discursos por televisión.
El asombro de la semana pasada fue único. Los medios de comunicación de la región atribuyeron la más pírrica de las victorias a Nicolás Maduro y el oficialismo venezolano; el mismo que se pelea ahora por ser cabeza de ratón y no una cola de león. Obtuvieron alcaldías, sí. Pero las representativas se quedaron en manos de la oposición, donde priman los censos electorales grandes y que en unos años pueden liquidar un chavismo agonizante y moribundo. Los guarismos electorales siempre son un arma de doble filo; un instrumento de engaño.
En realidad, en el fingido triunfo de Maduro y sus secuaces, solamente primaron los resultados de las medidas populistas del gobierno durante noviembre, en las cuales castigaron, en nombre de la revolución, a quienes se animaron en algún momento a crear empresa. Lo cierto es que, por las imágenes que se reciben de diferentes medios de comunicación, las escenas que se relatan y despiertan sensaciones allí únicamente se atribuyen a episodios de pre o posguerra, con personas luchando con sus semejantes, ya sea por miedo, o por necesidad.
Henrique Capriles Randoski, de otro lado, perdió todas las cuerdas de la oposición. Asegurar victorias que nunca llegaron fue su gran error. Incluso, utilizar algunas mañas conspirativas del mismo Maduro rebajó su credibilidad electoral. Eso sí, nada ni nadie puede negar el crecimiento de la oposición en Venezuela, basados, además, en el desempeño único y vergonzoso de la administración central de ese país.
El 2013 fue para el olvido de muchos en Venezuela. Sin embargo, en lo que va de siglo, puede ser el más decisivo luego de la muerte de Hugo Chávez en marzo.
El mismo año puso a Verónica Michelle Bachelet de nuevo en la Presidencia de Chile. Esta médica pediatra vuelve al cargo de jefe de Estado luego de su primer periodo, que comenzó en el 2006. El corte de sus políticas es socialista y sabe bien que el pueblo es la prioridad y no el medio de poder.
En su primer periodo presidencial, Bachelet supo que el pueblo chileno merecía mejores condiciones de salud pública, por lo que dio prelación a mejoras en el sistema en el que trabajan hospitales y centros de atención en Chile. Además, la inclusión y el respeto a la vida de todos fue una piedra angular de su primer gobierno que, como todos, tuvo detractores que quisieron destruir su reputación política.
El descontento de los chilenos desde este año por la reformulación educativa propuesta por el actual presidente, Sebastián Piñera, dio el primer camino a Bachetet para acceder a la presidencia. Venció a una escuálida derecha en unas elecciones que estuvieron manchadas por tímidos números de participación.
Michelle Bachelet tiene un rico historial de trabajo con la ONU, en especial, con organizaciones en pro del respeto de los derechos de la mujer. Ella reconoce que la población chilena merece salud y educación en primer lugar para evitar desastres tales como los que ocurren en este momento en Venezuela o Argentina.
Es más que claro que gobiernos chambones —como el venezolano— se encargan de enterrar a su propia nación. Su desorganización y ambición de poder, patrocinada por infortunadas políticas de gobierno, dan a conocer que el daño es más evidente y más profundo en cada anochecer. Y lo peor es que muchos de los que están arriba creen que la educación no es una prioridad social. Si no lo es, entonces, ¿qué lo es?
Ojalá el 2014 traiga mejores protagonistas en la política regional y no personajes funestos, apropiados de un micrófono y un rosario de insultos, que invalidan el esfuerzo de tantos latinoamericanos por un futuro más decente.
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