José Jaramillo


El instinto expansionista del hombre se ha sustentado en la codicia y el ansia de poder de gobernantes y dirigentes, que se consideran predestinados para la gloria, sobre la base de humillar a otros más débiles, apoyados, necesariamente, en las armas y en ejércitos numerosos y bien adiestrados. El resultado de las conquistas ha sido la depredación de culturas raizales, cuando los conquistadores se empeñan en cambiarles a los pueblos sometidos sus tradiciones y costumbres, mientras les quitan sus riquezas y los avasallan. Para su fortuna, siempre han encontrado los invasores, entre sus sometidos, quienes se muestren sumisos, para acomodarse, sacar provecho de la traición y evitarse represiones.
Sin embargo, algunos invasores, que echaron raíces en los territorios dominados, se integraron de forma tal que crearon una cultura paralela, enriquecedora en muchos sentidos. Es el caso, por ejemplo, de los moros en la península ibérica, que legaron inmensas riquezas arquitectónicas e hicieron aportes muy valiosos al arte, la gastronomía, la ciencia y los idiomas, que perduraron lo suficiente para constituirse en un patrimonio del que se han beneficiado la cultura y el turismo, hasta mucho después de su expulsión, que satisfizo fanatismos religiosos, inspirados en la Santa Sede y apoyados por monarcas pusilánimes. Igual cosa puede decirse del imperio romano, que dejó en los territorios conquistados la impronta de sus habilidades en la construcción de obras públicas, como caminos, acueductos y centros educativos. Otra cosa muy distinta es la acción depredadora de Atila, Napoleón o Hitler, quienes a su paso no dejaron más que "sangre, sudor y lágrimas", para usar la expresión de Churchill.
El Archipiélago de San Andrés y Providencia ha sido objeto tradicional de manipulaciones políticas por parte de potencias europeas, y de los Estados Unidos, sin que jamás se haya tenido en cuenta la opinión de los raizales, que tienen sus valores culturales propios, desconocidos en las metrópolis dominantes, como Bogotá, cuyos teóricos de la diplomacia cachaca invocan la soberanía colombiana, pero desconocen los reclamos de los verdaderos dueños del archipiélago.
Javier Márquez Jaramillo, en su libro Soberanía Colombiana en el Archipiélago de San Andrés y Providencia (Universidad La Gran Colombia, Seccional Armenia, Talleres Litográficos Optigraf S.A. 2009. 280 pp.), cita los reclamos de un movimiento raizal de ese territorio, que dice todo, sin retórica diplomática: 1) Libertad para elegir sus propias formas de gobierno. 2) Establecer su sistema educativo, acorde al idioma vernáculo y a las tradiciones culturales. 3) Recibir los servicios públicos esenciales que potencien el nivel de vida de los raizales. 4) Conservar sus territorios tradicionales. 5) Acceder a condiciones socio-económicas que posibiliten una existencia digna. 6) Decidir cuántos migrantes pueden recibir las islas y de qué clase. 7) Gozar de los derechos que brinda el estatus de pueblo, en la jurisdicción internacional.
Estas consideraciones concluyentes, contenidas en el libro del doctor Márquez, están precedidas de un recorrido histórico-geográfico que explica cómo se manipulan los pueblos, de espaldas a los intereses de sus raizales.
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