Jorge Enrique Pava


En una mirada rápida a indicadores del primer trimestre del año 2012, nos encontramos con unas cifras alarmantes relacionadas con la seguridad en Colombia, lo que nos lleva a pensar con pavor en el retroceso que se viene presentando para infortunio de quienes anhelamos vivir en un país en paz.
El secuestro ha aumentado en un 27%, los retenes guerrilleros en un 400% y los atentados contra la industria petrolera en un 160%. A la par, los operativos militares se han reducido en un 52% y se acrecientan los procesos en contra de miembros de la fuerza pública que han sufrido la persecución de un sistema judicial en gran parte permeado por el poder izquierdoso.
Ese mismo poder que logró derrotar la rápida implementación del fuero militar, el cual no parece ser posible que entre a operar en menos de dos años, y quién sabe con qué características que lo conviertan en algo inocuo.
Es triste, pero ver la sumisión con la que el Gobierno colombiano actúa en todo lo relacionado con la ignominia de las guerrillas, no se compagina con el boato y la demostración de suficiencia con la que se actuó en la pasada cumbre de las Américas, de la cual, increíblemente, lo que más trascendió fue el escándalo en Cartagena de unas putas con miembros de la guardia de seguridad estadounidense.
Días antes se había dado la liberación de once secuestrados que estaban en manos de las Farc. Once secuestrados que, por no ser objeto de canje, ni de chantaje, ni de extorsión, se le habían convertido a los criminales farianos en un serio problema, y ya no sabían qué hacer con ellos. ¿Asesinarlos? ¡No! Eso conlleva repercusiones en la imagen cuyos costos no pueden asumir. ¿Liberarlos en cualquier municipio lejano, o entregarlos en cualquier puesto de Policía o del Ejército? ¡Qué tal! Después de más de diez años de cargar a cuestas la responsabilidad de la vida de los secuestrados, algún rédito -por lo menos mediático- debían obtener. ¿Abandonaros a su suerte en el monte? ¡Tampoco! Después dirían que había sido una fuga y eso aumenta el desprestigio dentro de sus tropas. ¡Qué dilema!
Pero ahí estaba Teodora cuyo turbante les sirve como caja de resonancia para sus desafueros, y se llevó a cabo la liberación. ¿Y entonces ya los colombianos debemos quedar tranquilos e ignorar que esos criminales siguen asesinando, mutilando y desplazando colombianos inocentes? ¿Qué pasa con los centenares de civiles secuestrados, por quienes piden multimillonarias sumas de dinero? ¿Debemos seguir soportando silenciosos que el crimen organizado se tome las universidades y se infiltren en sus manifestaciones para que, camuflados y agazapados, destruyan lo que se ponga en su camino?
Estas cifras son pues verdaderamente alarmantes. Porque significan un nuevo aliento para nuestros enemigos; porque les genera confianza, seguridad y poder. Porque decir que los retenes guerrilleros aumentan en un 400%, mientras los operativos militares se reducen en un 52%, es decir que cada vez estamos más desprotegidos, mientras estos despiadados se multiplican libremente por todo el territorio nacional. Porque decir que el secuestro sigue en aumento, mientras el Gobierno se encandila con unas cuantas liberaciones, es morder ingenuamente un anzuelo preparado con un poco de astucia y apresado con mucho de estulticia.
Venimos cediendo terreno; venimos bajando la guardia; venimos retrocediendo peligrosamente. Estos porcentajes son unos ominosos indicadores que no pueden pasar desapercibidos para los colombianos, pues nos asiste el derecho a reclamar nuestra seguridad y el Estado está en la obligación de brindarla.
Y hoy, cuando los ojos del mundo se posan en nuestro país con la entrada en vigencia de unos TLC con enormes potencias, no podemos dejar que los enemigos hagan alarde de su sevicia y de su criminalidad, y que reconquisten terrenos que hasta hace poco se encontraban vedados para el crimen y la anarquía. Ellos saben muy bien cómo hacer para deteriorar nuestra imagen, pues cuentan con multiplicadores de información como ONG y organismos que posan de entidades de beneficencia, cuando no son más que su refugio y sus aliados perversos.
Y así se alboroten los mamertos que suelen enfilar sus baterías en contra de todo lo que suene a orden e institución, hay que decir que añoramos cada vez más los tiempos de la seguridad democrática cuando el Estado hacía presencia en gran parte del territorio nacional. Que añoramos la energía y el respaldo que el Gobierno Nacional les brindaba a los miembros de la fuerza pública quienes exponían su vida permanentemente, y contaban con el apoyo irrestricto de sus máximos jefes. ¡Se nos debilita la seguridad y el país reclama soluciones inmediatas!
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