Jorge Enrique Pava


No sabe uno qué sentir cuando ve la supremacía de las Farc ante un gobierno débil, manipulable y dócil que resulta entregando todo y cediendo en última instancia a las pretensiones expresadas por Teodora -vocera de los criminales guerrilleros- que cada vez son más absurdas y desproporcionadas.
Está bien: son diez secuestrados que se encuentran viviendo una tortura indescriptible y la mayor violación de un derecho inalienable como es la libertad; son diez colombianos que mueren en vida gracias a los actos inhumanos a los que son sometidos por estos desalmados; diez colombianos que merecen, sin duda, retornar a sus familias y que se acabe este suplico. Pero no por ello tenemos que seguir cediendo sin límites a actos espectaculares montados por La Negra, en los cuales entregamos la dignidad, el espacio territorial y los lineamientos legales que nos deben regir.
No parece justo que, mientras el país entero se desgasta en toda una nueva parafernalia montada descaradamente por Córdoba, decenas de soldados colombianos sean asesinados vilmente y otros tantos mutilados, heridos y lesionados y no pasen de ser una tenue noticia en las páginas interiores de los diarios. Parece ser entonces que, para valorar la vida de los soldados, éstos tienen que ser sometidos a los más crudos vejámenes y servir de propaganda mediática o de medios de extorsión en contra del Gobierno. De resto, son una cifra más; son números adicionales que entran a engrosar las filas de hombres caídos en el cumplimiento del deber; es decir, son un dato estadístico más.
Y para colmo de males, ya el hecho de que las tropas sean víctimas de emboscadas aleves y desalmadas, merecen una reprimenda del Alto Gobierno. ¿Qué tal? Como si los colombianos tuviéramos que pedirles permiso a los guerrilleros para permanecer dentro de nuestro territorio, o para pernoctar en algún sitio de nuestra geografía nacional. Nada más desmoralizante que la intervención del presidente Santos el mismo día en que fueron asesinados los once soldados en Arauca, tratando de justificar la sevicia guerrillera con la falla estratégica de nuestro Ejército. Solo falta que se les entable un juicio de guerra a los sobrevivientes y vayan a parar a una cárcel o a sufrir castigos o escarmientos judiciales.
Con esta forma dubitativa de proceder de nuestro Presidente; con tanta cesión a las exigencias guerrilleras; con tanto desprestigio generado por el propio Jefe de las Fuerzas Militares hacia nuestro Ejército Nacional; con tanta debilidad demostrada hacia las Farc y sus voceros oficiales; con tanto despropósito e intervención salida de tono, los colombianos de bien nos vamos sintiendo acorralados, atemorizados y desprotegidos. Y mientras tanto, se siguen produciendo atentados criminales y esas alimañas siguen ganando terreno. ¡Cuánta falta nos hacen los procedimientos, la garra, la inteligencia y la verticalidad de la seguridad democrática!
Y en medio de estos desafueros, no sería raro ver a Teodora pavoneándose por las cárceles colombianas sirviendo de caja de resonancia a los guerrilleros presos o exigiendo prebendas y condiciones favorables para sus protegidos. Nada nos debe extrañar ya en este país en donde, a medida que se deslegitima y se vapulea a quienes entregan su vida para la defensa de todos, se agacha la cabeza y se cede debajo de la mesa a las condiciones extorsivas de los depravados guerrilleros.
Ya lo habíamos dicho en este espacio: nuestras Fuerzas Militares requieren, hoy más que nunca, del apoyo de todos los colombianos; requieren de sentirse rodeadas de la buena voluntad de los ciudadanos; requieren de la colaboración de todas nuestras instituciones, de sus máximos jefes y de la seguridad jurídica, táctica y jerárquica para poder seguir en su lucha por la defensa de todos nosotros.
Mientras tanto, vamos a ver qué pasa con este nuevo acto teatral anunciado para el próximo lunes; vamos a ver cómo se planta Teodora en primera plana de esta nueva tramoya para figurar como la salvadora, después de haber dado descaradas muestras de su cercanía con las guerrillas colombianas y de manejar con insultante desparpajo un léxico que bien podría ser el utilizado por uno de los jefes clandestinos de estos grupos criminales.
Aunque persisten las dudas, muy bueno sería que se produjeran las liberaciones anunciadas. Pero hay que tener en cuenta que se trata del restablecimiento de un derecho; de una obligación legal y humana; del retorno de una condición normal que nunca debió haber sido violada. No se trata de un favor, ni de un acto de benevolencia, ni de un gesto patriótico o exaltable. Porque aunque se den las liberaciones, los secuestradores siguen mereciendo el máximo castigo por haber sometido a unos seres humanos a la mayor tortura posible durante eternos años; y Colombia no puede seguir cediendo terreno, dignidad ni gobierno ante estos crueles enemigos, con el supuesto propósito de facilitar unos acuerdos de paz en los cuales no se puede creer, pues mientras se maneja una retórica epistolar aupada por unos pocos, se sigue atentando contra nuestros compatriotas en vastas regiones del país.
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