Andrés Hurtado


El principal problema que enfrenta el Estado, en nuestro medio, en la conservación de los recursos, (tema vital, clave de la riqueza del futuro próximo, especialmente en lo referente al agua) es el armonizar conservación y problemas sociales. Ahora, acercándonos al Parque de los Guácharos, palpábamos “vivito y coleando” el problema: unos desplazados, víctimas de la guerra sin sentido que vivimos, están invadiendo bosques nativos, los están talando y amenazan con entrarse y destruir un Parque Nacional que es Patrimonio de la Humanidad, con todo lo que esto significa de daño irreparable al presente y atentado mortal al futuro. ¿Con qué autoridad se les dice que se salgan, si ellos tienen derecho a vivir y levantar una familia en condiciones dignas de seres humanos? ¿Y cómo los dejamos allí para que destruyan el futuro de todos y de ellos mismos?
Está visto que hablar de ecologismos cuando la gente tiene hambre, no funciona. (¡Tampoco funciona cuando los que están saciados de estómago y de dinero, quieren todavía más dinero!). El balón, como decimos comúnmente, se encuentra del lado del Estado, que debe suspender la carretera, prohibir terminantemente la entrada de colonos, sacar a los que ya están dentro y a todos garantizarles la vuelta a las tierras del Caquetá, de donde fueron desplazados. Se dice fácilmente, especialmente en cuanto a darles seguridad a los que regresan a sus parcelas, no sea que de nuevo los desplacen o los maten. Pero esta es la única solución para bien de ambas partes. Y proporcionarles camión o volqueta para que se regresen con sus enseres y sus cositas a su parcela de origen.
Entramos a conversar con ellos y en algún lugar a comprar gaseosa. Nos regalaron granadillas y lulos. Sufre uno al ver campesinos, gente con tan lindo corazón, que deben soportar la pérdida de su tierrita y se queda uno admirado al verlos afrontar la vida con ánimo y entereza. No hay derecho, no hay derecho a que la guerrilla sea tan despiadada con ellos, no hay derecho. Es un crimen que clama al cielo.
De todos modos, la tierra recién levantada por el bulldozer, huele rico, huele a frescura, huele a génesis. Nos topamos con familias que iban llevando sus cosas a cuestas y en bestias; los niños pequeños caminaban al lado de sus padres, niños a los que se les ha robado la niñez.
El camino tiene al principio una subida fuerte y corta y luego se prolonga en un plan durante una media hora. En un momento dado se termina el plan y el camino tradicional se dobla y se inicia un largo descenso. Hasta aquí llega, por ahora, la recién abierta y nada afirmada carretera. Al iniciar el fuerte descenso tuvimos la ocasión de presenciar y fotografiar la lucha de la avispa y la araña.
Me enteré de este espectáculo de la naturaleza leyendo por allá en mi juventud los escritos del viejito entomólogo francés, Fabre, que habla de la Calicurgusannulatus. No lo puedo olvidar, hasta del nombre científico me acuerdo. Antes que nada él era un observador de la naturaleza y eso lo narraba de manera muy interesante. Pero ¿qué digo? Era exactamente un científico.
Los protagonistas de nuestra historia estaban en un barranco de tierra roja. He tenido la suerte en mis recorridos por montes, bosques y caminos de observar muchas veces esta lucha entre el himenóptero y el arácnido, lucha que indefectiblemente gana la avispa. Y cada vez la presencio, y la gozo como si fuera la primera vez.
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