Guillermo O. Sierra


A estas alturas del viaje político que estamos viviendo los colombianos, conviene que nos preguntemos qué hay de sano en las instituciones del país. Seguramente muchas cosas pero, y en aras de ser precisos, hay que decir que infortunadamente no son fáciles de ver. Al parecer la catástrofe de la corrupción ha terminado por invadir casi todos los espacios (y lo viene haciendo desde hace mucho tiempo). Los ciudadanos colombianos reconocemos que hay corrupción en el mundo político, en el ámbito jurídico, en la justicia; en el complejo territorio financiero y económico; y, cosa grave, hasta en las microrrelaciones que sostenemos día tras día.
La mentira airea las veletas que nos señalan por dónde va la cosa política; se ha vuelto tan obvia que hasta se nos olvida, por ejemplo una mentira que lo único que mostró es una manera cruel de insultar la inteligencia de los ciudadanos: algún gobernante -no muy lejano- aprovechó los medios de comunicación para aseverar que en Colombia no había guerra y ni siquiera conflicto armado.
La pregunta que los colombianos deberíamos hacernos es si de veras creemos que como están actuando algunos de quienes ejercen la política de manera profesional, algunas instituciones que otrora contaban con prestigio y honestidad, así como quienes están al frente de un cierto sector de la economía y de las finanzas, de la justicia y de aquellos que son responsables de la salud, encontraremos el callejón de salida de la corrupción.
Lo he dicho muchísimas veces (y lo seguiré diciendo): más que simples reformas y paños de agua tibia para amainar la tempestad de la corrupción, este país requiere de un cambio sustantivo de naturaleza moral. Y debe comenzar por cada uno de nosotros. Nosotros somos autores de nuestro propio destino. Nadie nos traza el camino. Debo decir que ya basta con gritar que quienes están en el poder o aquellos que lo detentan son los que se roban al país. "Ahí están, esos son…", es una vieja consigna que sigue por ahí dando vueltas en medio de revueltas y protestas en la calle, como si quienes la gritaran fueran absolutamente inmaculados.
El asunto es que o cada uno de nosotros tomamos la vida política con la seriedad, responsabilidad y honestidad que se requiere, o no seremos capaces de sostener esta débil democracia que aún nos permite salir a la calle a encontrarnos y poder conversar con una cierta tranquilidad. Todos, juntos, debemos propiciar y generar espacios en los que no continúen habitando la mentira, el abuso del poder, la crueldad, el maltrato a los niños y a las niñas, ni a nadie…
A veces recuerdo a ese personaje hermitaño que pregonaba que le gustaba estar más con las cosas que con las personas; hablo de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, autor de su única novela El gatopardo, quien de manera certera, me parece, criticaba a los partidarios del Antiguo Régimen diciendo "que todo cambie para que todo siga igual". Y esto de verdad me produce escalofrío, porque si no aprovechamos, insisto, por ejemplo, la próxima contienda electoral para promover unos candidatos que de verdad no les dé miedo por comenzar a reestructurar moralmente a este país, todo seguirá igual. Y no creo que nos merezcamos seguir así.
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