Mario César Otálvaro


Menos mal que el Once Caldas le ganó al Quindío en Armenia recuperándose de ese primer golpe en Palogrande donde el equipo del ‘Pecoso’ le pasó por encima, pues de lo contrario estaríamos cavando una sepultura sin fondo.
Conocido como el kínder, el cuadro cafetero es tanto, o más modesto que el manizaleño, lo que no da para celebrar una victoria apenas normal que sirvió para frenar ese duro trance de las derrotas consecutivas, y que alienta tibiamente la opción de pelear la clasificación.
Aunque para ser sinceros suena a utopía, ya que es difícil que de la noche a la mañana el Once Caldas encuentre eficacia ofensiva, madurez en el medio y seguridad en el fondo que lo hagan competitivo, y no sujeto pasivo frente a rivales con ventaja en asuntos de nómina.
Dijo por televisión Jorge Vargas del Quindío al finalizar el primer encuentro que el choque lo habían planificado desde el desespero del Once acosado por los resultados, por su filosofía ofensiva con problemas de definición, y atacando la defensa lenta que tenía.
O sea que el técnico Castro lo que hizo fue repetir lo de los entrenadores de Itagüí, Cúcuta, Tolima y Medellín, que esperaron a que el Once Caldas se enredara en su propio sistema y en la intrascendencia de algunos de sus jugadores para explotar esas debilidades.
Y es que basta con que las ansias de atacar obliguen al señor Ángel Guillermo Hoyos a disparar a los defensas hacia arriba, especialmente a sus centrales, para que se abran boquetes de todos los tamaños en las distintas zonas, y el contendor juegue a placer.
Sin regreso, con una primera línea de volantes floja en recuperación, y con laterales sin marca, ni experiencia, se abona el terreno para el contragolpe, que fue la fórmula preferida de los elencos que recientemente lo superaron.
Además como este Once Caldas no tienen mucho para preocupar a las defensas contrarias porque carece de hombres, de potencia y de gol, el caldo de cultivo queda servido para que le hagan la fiesta, cediendo ante la más mínima adversidad por su falta de reacción.
Si a lo anterior se añade buen control sobre los que saben con la pelota, González y Cabrera, se observa entonces un grupo angustiado, sin tránsito con el útil, haciendo que el desorden tantas veces visto sea una de sus características al recomponer la figura.
Y ojo con el enfoque táctico que debe partir del conocimiento de las limitaciones. El Once Caldas abierto, convencido de que tiene con qué sin tenerlo, que busca ser ofensivo sin contar con las herramientas, y que intenta defenderse con el balón sin los elementos para desarrollarlo, termina siendo un equipo descompensado y desequilibrado.
El Quindío en cambio, es clara demostración del aprovechamiento de lo poco que un orientador tiene, soportado en el despliegue táctico, en donde toma importancia el saber cuál es el recurso de que se dispone, y cuáles sus posibilidades.
Así se entra en la eterna disyuntiva entre bloques antagónicos. El de los soñadores que pregonan el arte por el arte, que requiere necesariamente de jugadores vistosos, y los que están en la orilla opuesta como el ‘pecoso, que ahondan en planteamientos resultadistas con base en el orden, y la adecuada preparación y atención de sus dirigidos.
El problema de Hoyos es su autosuficiencia, pues se cree más que todos, no admite los vacíos que tiene su grupo y siempre juega a lo mismo, sin variantes, como si no supiese hacer la tarea de manera diferente, viviendo un engaño que le puede costar caro.
Y eso de que no le interesan los puntos es absurdo y descomedido, pues esto es fútbol profesional donde primero están los resultados y la realidad de la tabla, quizá justificando que a su idea táctica ya le cogieron la flota como dicen los paisas, le descubrieron la receta, y no es tan complicado ganarle.
Hasta la próxima…
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