Ricardo Correa


En los últimos días la campaña presidencial ha empezado a tomar forma. El partido Conservador escogió, en medio de divisiones, a Marta Lucía Ramírez como su candidata, y el partido de la U al presidente Santos, lo cual se sabía, pero le faltaba el ritual que lo confirmara. Los seis que competirán por la presidencia se completan con Óscar Iván Zuluaga del uribismo; Clara López por el Polo; Aída Abella por la Unión Patriótica, y posiblemente Enrique Peñalosa por la Alianza Verde, si no comete las tonterías a las que está acostumbrando en campaña, como acercarse al expresidente Uribe. Ellos centrarán el interés de los ciudadanos y los medios. Bueno, habrá también dos o tres candidatos del ridículo, esos desconocidos con un "tornillo suelto" que se cuelan de una u otra manera y terminan en la foto, mejor dicho, en el tarjetón.
La campaña girará en torno a la paz, con un elemento inédito para una elección presidencial: un proceso de negociación que parece ir bien y que según todas las señales que emite se está encarrilando hacia un acuerdo definitivo. La apuesta del presidente Santos le está saliendo, y esto le da una ventaja sobre sus contendores. La gran mayoría de los colombianos quiere que el conflicto armado termine de una vez por todas y que la violencia se reduzca de manera significativa. Si un acuerdo con las guerrillas tiene la capacidad de producir estos efectos, los votantes no dudarán en respaldar esta salida, y por consiguiente, a quien representa y lidera esta opción. Por eso Santos se perfila hoy como el próximo presidente, ayudado, claro está, por el poder que ejerce como jefe de Estado.
Uribe quiso torpedear y sabotear el proceso de paz de La Habana desde su inicio. Sin embargo, en las últimas semanas ha empezado a cambiar su discurso; ahora habla de una paz que se pueda aceptar, con límites y restricciones en los acuerdos finales y en los desarrollos legislativos que se deban dar en el posconflicto. Pareciera estar aplicando el dicho "del ahogado el sombrero", pues si no va a poder impedir que las negociaciones lleguen a feliz término, por lo menos buscará que los acuerdos impliquen los menores cambios posibles. La equivocación básica de Uribe y su candidato fue negarle desde un principio cualquier oportunidad a la salida negociada, quedándose anclados en un tiempo que ya pasó -2002-, y no entendiendo incluso que su obra de gobierno aportó significativamente para que hoy la paz en la mesa de La Habana sea un hecho en construcción. Su éxito pasado será su próxima derrota.
La Alianza Verde es la heredera de la frustrada ‘Ola Verde’ de Mockus. Tal vez no va a tener la fuerza que logró hace cuatro años, pero será nuevamente el recipiente al que llegue buena parte de una nueva expresión política que ha venido surgiendo en los últimos años, y que parece no tener ya reversa: la que rechaza todos los vicios acumulados en la política nacional durante las últimas décadas, vicios que sobreviven hoy en día de manera obscena. Posiblemente este no será el momento de su triunfo, pero tendrá la posibilidad de encauzar esa nueva energía independiente, molesta con el statu quo, más informada y educada, que va ganando espacio en la población y que de alguna manera corresponde a una clase media que está creciendo y consolidándose. Peñalosa puede llegar a ser el vocero de esta expresión política; para esto tendrá que olvidarse un poco de sí mismo y tener presente que su valor no radicará en su persona sino en el sentimiento colectivo que representa, de lo contrario fracasará. Sería bueno que el Polo y la Unión Patriótica se unieran a este proyecto de tercería y así contar con una fuerza mayor que abarque desde el centro hasta la izquierda, lo que a su vez le daría más representatividad y significado.
Ojalá Marta Lucía Ramírez logre llevar al partido Conservador aires frescos y modernos, que lo saquen de la mediocridad en que vive desde hace tanto tiempo, plagado de prácticas clientelistas y corruptas. Se enfrenta a caciques muy fuertes que no tendrán problema en hacerle una oposición pasiva y soterrada. Sería conveniente para el país que las buenas intenciones de la candidata logren imponerse.
Lo más probable es que el proceso de paz no se debilitará en las elecciones presidenciales y por el contrario se fortalecerá. Esto dependerá de la sensatez con que actúen las partes en La Habana y las Farc en el terreno. El próximo gobierno tendrá que construir el posconflicto.
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