Guillermo O. Sierra


Desde una perspectiva simple (no simplista), el término calidad, bien puede estar asociado a si un producto o servicio cumple las especificaciones para las que fue hecho. Por ejemplo, un campesino que salga a su parcela a recoger los frutos de su cosecha requiere de unas botas especiales de alta calidad, es decir, que no se rompan fácilmente y que resistan la intemperie; pero si las botas son para un ejecutivo de una empresa determinada, éstas deben ser de una calidad completamente distinta. Se infiere, entonces, que se trata del ámbito de la estandarización o normalización, algo así como está definido en las normas ISO, por ejemplo.
Sumado a lo anterior, casi siempre buscamos productos o bienes de la mejor calidad y que tengan un buen precio, es decir, que no sean costosos (aunque recuerdo que mi abuela siempre decía que "lo barato sale caro". Con otras palabras, la calidad tiene un costo y debe ser pagado. A veces vamos a un almacén y nos probamos dos vestidos aparentemente iguales, solo que el uno es de paño y el otro de algodón/poliéster; y el primero vale más que el segundo. El dilema se presenta cuando no sabemos por cuál decidirnos, máxime si ambos cumplen la misma función. Probablemente nos decidamos por el más costoso porque dure más tiempo y sea más elegante. Aquí estamos hablando de que nos vemos en la obligación de priorizar entre el precio o la calidad. La pregunta, en consecuencia, es si el precio es congruente con la calidad, o es simplemente una marca.
Por lo que veo, el concepto de calidad es cada vez más difuso; y todavía más cuando el punto de estudio es la educación. "Educación de alta calidad" es lo que escuchamos con frecuencia; ¿habrá educación de baja calidad, de mala calidad? Si así fuera, ¿sería educación? No lo sé. Tengo una cierta resistencia a hacerle una taxonomía a este concepto: mala calidad, baja calidad, alta calidad... ¿Será por ahí por donde hay que pensar este asunto? Como esto es lo que escucho diariamente, lo que termino por deducir es que cuando se habla de calidad se la está mirando como una estrategia de la que se sirven muchas empresas para mantenerse en el mercado; y no puedo ocultar mi ceño fruncido cuando veo que quienes estamos en el mundo de la academia la asumimos de la misma manera.
Tampoco olvido que hace mucho tiempo, antes de la Revolución Industrial, los artesanos se esforzaban por hacer siempre las cosas bien, sin pensar en los costos; la idea era que los ciudadanos quedaran satisfechos; pero pasó el tiempo, y se terminó dándole prioridad a la cantidad por encima de la calidad. Hoy, algunos empresarios e industriales de este país -muy pocos, claro está-, y no solo del Japón (ejemplo trillado por estos días), han caído en la cuenta de que la ecuación hay que invertirla: calidad por encima de cantidad.
Aunque suene un poco pesado (me disculpo por ello), quisiera decir "en aras de aportarle al debate sobre la calidad de la educación" que la calidad tiene que ver con lo que es esencial a un sujeto, lo que lo hace ser él y no otra cosa, lo que le permite diferenciarse de los demás. Si me aceptan esta premisa, entonces quizás podamos coincidir en que el concepto de calidad de la educación per se es lo que la hace única e irrepetible. No es lo mismo educación que instrucción, por ejemplo, aunque ambas tengan un fin similar.
Si aceptamos que la educación debe ser la esencia de la vida de los ciudadanos y que, por lo tanto, debe estar en la agenda central de los gobiernos (entendida como política de Estado), pues también debemos poner sobre la mesa del debate que es menester evaluar con mucho juicio los sistemas de valores, aspiraciones, expectativas, necesidades de los educandos y sus educadores.
En este sentido, creo que la calidad debe estar asociada al principio de la razonabilidad, es decir, a lo que es justo y equitativo para la mayoría de los ciudadanos. Una educación de calidad debe conllevar, sin lugar a dudas, tener una vida sensata, honesta y solidaria.
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