Alejandro Samper


Antes de irse del país, el cantante pop Justin Bieber dejó su marca en Bogotá. No por su show ni por lo que cantó (que no sé qué canta), sino que a su paso por la calle 26 -antes Avenida El Dorado- le pidió a su caravana que pararan para hacer unos graffiti. Ocho carros -entre escoltas privados y policías- interrumpieron el tráfico en uno de los carriles para que el caprichoso adolescente canadiense rayara 40 metros de pared con tonterías: un mensajito allí, una hojita de marihuana allá, y la firma para que no quede duda de que el niño pasó por Colombia.
No es nada nuevo esto de cantantes rayando paredes. Tampoco es escandaloso. Pero sí quedan muy mal parados los policías que acompañaron a Bieber y lo dejaron rayar esas paredes cerca al Concejo de Bogotá. Las cámaras de City TV les ponchó la alcahuetería al visitante, cuando hace apenas dos años (19 de agosto de 2011) esa misma institución se vio involucrada en la muerte del joven grafitero Diego Felipe Becerra en esa misma ciudad. A este muchacho de 22 años lo mató un policía -con el encubrimiento de un general- por hacer lo mismo que Bieber: echarle pintura en aerosol a una pared.
El director de la Policía, Rodolfo Palomino, se refirió al tema de Bieber. "Tenemos que evolucionar, el graffiti es la expresión de un sentimiento, de una motivación". Bien diferente pensaban en esa institución hace dos años, cuando mataron a Becerra. En ese entonces el comandante de la Policía Metropolitana de Bogotá, general Francisco Patiño (investigado por este hecho), dijo que el grafitero era un delincuente que esa misma noche había atracado a una buseta, que se enfrentó a tiros con los patrulleros que lo persiguieron y que murió en ese cruce de disparos.
Si no es por los padres de Diego Felipe, probablemente la historia se hubiera quedado así. Ahora sabemos que al muchacho le dispararon por la espalda, que nunca portó o usó un arma, y que jamás asaltó una buseta. Además nos enteramos de que el testimonio del busetero lo compró el general con unos bonos para mercar en el Éxito.
No es que en estos dos años la Policía Nacional se haya vuelto más tolerante, como lo pretende demostrar Palomino. O que haya tomado un curso de sensibilización hacia el arte callejero. Hoy, mañana y dentro de un año seguirán las historias de uniformados que agarraron a golpes a algún grafitero. Sucede aquí y en Miami (recuerden el barranquillero electrocutado por un policía a mediados de año). Hasta Banksy, el artista de la calle más famoso de la actualidad y cuyos trabajos han sido exhibidos en galerías y museos, fue denunciado por daño en bien ajeno.
Este caso evidencia que las autoridades tienen el criterio suficiente como para saber qué es un delito o no. Bieber raya una pared, y es chévere. Becerra, lo hace y ¡pum! tiro en la espalda. Bieber obstaculiza el tráfico y no pasa nada. Lo hace usted y probablemente le hagan un comparendo y llamen a la grúa. Bieber pinta una hoja de marihuana y es un irreverente, un muchacho del barrio Caribe lo hace y es un marihuanero que es un peligro para la comunidad.
Y no solo es con Bieber. Es con todo personaje que ostente un rango de poder considerable o sea una persona mediática. Si un ciudadano cualquiera protagoniza una persecución de varias cuadras que incluye disparos, meterse en contravía por una calle e invadir una guarnición militar, cualquier juez lo consideraría un peligro y probablemente lo encerraría. Mínimo, detención domiciliaria. Sin embargo, el concejal de Chía, Carlos Enrique Martínez, queda libre y piensa demandar a la Policía por acoso.
Estafe a cientos de personas por 250 mil millones de pesos y lave dinero de la guerrilla y el narcotráfico, a ver si no es capturado y extraditado. Pero si usted es uno de los de Interbolsa, probablemente sienta algo de vergüenza por ello, pero tampoco como para quedarse encerrado en la casa. Si se roba una botella de aguardiente de una miscelánea, se lleva su anotación judicial. Si se roba una industria licorera y la plata de un departamento, probablemente cuente con la suerte de ser nombrado presidente del Partido Conservador.
Pero esas cosas ya son tan frecuentes que aburren tanto como la música de este artista pop. Tal vez sorprenda a los ‘beliebers’ -que es como se hacen llamar los seguidores del adolescente canadiense, y que traduciría "los creyentes" (aunque mal escrito)-, unos ingenuos que pagaron un dineral para ver a Bieber hacer fonomímica. O al general Palomino, del que nunca pensé fuera un aficionado al arte callejero, mucho menos un ‘belieber’. ¡Baby, baby, oh!
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