Luis F. Molina


La semana anterior, por múltiples motivos, no pude publicar mi columna semanal en estas páginas. No obstante, mantuve mi atención puesta en revistas y periódicos de diferentes latitudes. Pensé, entonces, que sería una buena idea tratar de explicar los problemas del sistema social y político chino que actualmente afronta una transición en el poder. Parecía el tema ideal para escribir análisis y demostrar que China no es tan buena como la quiere vender algún presentador de CNN en Español.
Ya por fin había entendido que en China quien pone las fichas en orden es el Secretario General del Comité Central del Partido Comunista y no la figura sobre el papel del Primer Ministro, cuando estalló nuevamente un conflicto en Medio Oriente. Fue la guerra fría de nuestros tiempos, esa compleja y longeva batalla entre israelíes y palestinos, la que volvió a tomar fuerza y calor.
Recién habíamos terminado el calvario de la disputa electoral en Estados Unidos cuando reemergieron las diferencias territoriales, sociales y culturales que dividen a Israel y Palestina. Además, este conflicto toca fibras económicas y geopolíticas en todo el mundo. Eso no es un secreto para nadie.
La escala del problema es totalmente desequilibrada. Israel tiene poderosos recursos económicos y militares mientras que Palestina no llega a ninguna de esas cantidades. La tensión se vuelve más delicada cuando las pretensiones iraníes y estadounidenses se encuentran en la misma coyuntura. El tiempo no da lugar para postergar la justicia en este extenso lío.
Todos comprendemos la jerarquía e importancia que tiene el conflicto mencionado, pero hace meses se libra una guerra genocida en Siria, por la cual pocos meten las manos al fuego. El gobierno de Al-Assad sigue manejando la fuerza pública a su antojo en contra de los rebeldes. Todo tipo de faltas a los Derechos Humanos se ven en este país desde el inicio de la guerra civil y pocos se atreven a presionar al gobierno sirio para frenar el saldo creciente de muertes.
Pero del otro lado, una historia de esas de programas mexicanos se llevó la mayoría de titulares. David Petraeus, el exdirector de la CIA, máximo ente de inteligencia de Estados Unidos, estaba teniendo relaciones extramatrimoniales. Eso, al parecer, es todo un drama por el cual atacan desde la barrera y más de un adversario aplica la injusta máxima “al caído, caerle”.
Es algo de todos los años. Me recuerda la historia de Eliot Spitzer, John Edwards, Herman Cain, Bill Clinton o el mismo John F. Kennedy. La lista es larga y detallada. No sé si sea mi forma de ver la vida, pero creo que este tipo de escándalos no debieran salir tan explícitamente a la luz pública. Más allá del deber público de estos funcionarios, lo que hagan con su vida íntima les concierne únicamente a ellos.
Básicamente, la única explicación que Petraeus debe rendir es a su esposa por haberle incumplido en su compromiso matrimonial. Los medios debieran terminar su papel fiscalizador y moralista sobre la vida personal de estos funcionarios.
Sin embargo, hay que ser realistas. En Estados Unidos, una cosa que los medios de comunicación poco respetan es la privacidad. Inclusive el mismo presidente Obama ha sido víctima de los paparazi en sus vacaciones en Hawaii, eso sí, jugando con su familia en el mar.
De pronto Bernstein y Woodward no debieron titular “Todos los hombres del presidente”, sino “Todas las mujeres de _____ (llene el espacio)” para aproximarse aún más a las verdades poco trascendentales que tratan esos medios, mientras que la otra mitad del mundo se convierte en un hervidero.
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