Álvaro Marín


Al parecer, en lo único que estamos actualizados los manizaleños, es decir, al día, es en la apatía generalizada frente a la suerte de la ciudad. Hemos sustituido la calidad de ciudadanos solidarios por la condición de simples habitantes ajenos a los compromisos colectivos que demanda la vida en comunidad.
El aspecto más inquietante de la mencionada displicencia empieza por la cabeza del municipio, en donde permanece un alcalde ausente, distante y lejano. Quizás su breve trayectoria vital y pública no le permite comprender a cabalidad la inmensa tradición que le ha dado a Manizales respetabilidad y categoría en la geografía nacional y que de manera formal está obligado, al menos, a preservar.
No de otra forma se explican los preocupantes signos de decadencia que vienen sitiando la ciudad en flancos tan sensibles como esenciales en la salud de la ciudad. Este desgobierno se evidencia en una inseguridad pavorosa, la indisciplina social, la anarquía en el espacio público y el caos vehicular, entre otros síntomas del franco deterioro del clima de convivencia, que convierten nuestra singular y bella topografía en territorio de nadie.
La apatía también es resultado, en gran medida, de un penoso seriado de administraciones miopes, arrogantes, improvisadas e indolentes, cuando no incompetentes o voraces, que son incapaces de transmitir e imponer autoridad y liderazgo. Ahora el mérito radica en sostener una celebridad postiza o cifrar el éxito de la gestión, no en la capacidad de aglutinar la voluntad de los conciudadanos, sino en pavimentar indiscriminadamente el paisaje y proteger una popularidad dudosa, en vez de invertir ese precario capital en el bienestar de los asociados. A cambio de respuestas a los sueños comunes, se impone la ambición de un poder politiquero cada vez más nocivo e insensible.
No puede subestimarse el daño que les hace a los pueblos la corrupción política multiplicada por el clientelismo pernicioso, estéril para el progreso general, pero pródigo para el lucro personal y del estrecho círculo de amigos. Así las cosas, encontramos que la única coherencia se encuentra en la mediocridad de los dirigentes, tanto del sector público como privado, en cuyos predios campea el individualismo.
Si intentamos otro tipo de ejercicio alrededor de las causas de la apatía ciudadana, nos topamos con una marcada ignorancia de nuestra valerosa y meritoria parábola histórica. Manizales ha sorteado innumerables retos y dificultades, se ha levantado con dignidad después de superar dramáticos episodios que han puesto a prueba su imaginación y pujanza. Dicha desinformación le ha dado vía libre a la incultura cívica, a las malas costumbres sociales, al descuido de su fisonomía, al caos desbordado de su atmósfera apacible, de su clima mental y su inconfundible magia aérea.
Ahora bien, quienes hemos trabajado durante décadas en la consolidación de la identidad manizaleña, y actualmente hacemos parte de la cruzada para rescatar su núcleo urbano ancestral, somos conscientes de los obstáculos -públicos y privados, legales e ilegales, colectivos e individuales- que deben superarse para desarrollar programas de recuperación de la conciencia y los valores fundadores de nuestra civilidad.
Pese a tantos síntomas adversos, la Asociación Cívica Centro Histórico, con el concurso del Foro Ciudadano de la Universidad Nacional, de la mano de Estoy con Manizales, además de organizaciones gremiales como Fenalco y Cámara de Comercio, se encuentra comprometida en transformar tantos problemas en oportunidades para la valoración auténtica del patrimonio arquitectónico, del prestigio cultural y del reencuentro y el crecimiento del espíritu ciudadano.
No se justifica que una aldea altiva y moderna, dueña de un formato familiar, gobernable y atractivo, no pueda hablar el mismo idioma del respeto y la amabilidad productiva que le ha dado renombre, reconocimiento y memoria alrededor del mundo.
Puede que suene a romanticismo trasnochado, pero todavía es posible soñar con una ciudad acogedora y cordial en la que los peatones tengan prioridad sobre el tráfico vehicular, y donde pueda ponerse en marcha una juiciosa estrategia encaminada a sensibilizar a la población con el formidable propósito de reinventar la emoción y el orgullo de ser manizaleño.
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