Camilo Vallejo


Hacer la paz tiene que ver con la forma en la que amamos. Es por algo que, durante tanto tiempo, amor y paz han sido los dedos de esa misma mano que hace la V de los ‘hippies’. Fueron escritos en los mismos reglones de la Biblia, recordando que el dios de sus páginas era el que, al tiempo, nos acercaba a los dos: porque se entrelazan y el uno viene con el otro.
Así como amamos hacemos la paz. Amamos a personas que no conocemos del todo y que nunca vamos a conocer por completo; sin embargo confiamos en que debemos estar juntos con ellas. Amamos para entregarnos a otro, generalmente esperando menos de lo que damos; así la felicidad y la satisfacción dejan de medirse por cuánto conseguimos. Amamos al que nos hace más vulnerable porque sabe que por él nos hemos lanzado al vacío; de esa forma tememos por perderlo todo, pero con la certeza de que cada instante de la caída nos hace mejores. Amamos al que no quiere ser como nosotros y al que puede llegar a no necesitarnos; sin embargo le ofrecemos lo que somos, para ponernos a su servicio, para cuando quiera amarnos, para siempre.
Pero ocurre que en Colombia la paz nos volvió a sorprender en un tiempo en que quisimos pensar que había que buscarla solo en nuestro interior, y en la que nos inventamos un amor que era únicamente para la intimidad. Un tiempo en el que dejamos de creer públicamente en ellos, a veces por desesperanza, a veces por simple vergüenza, a veces por el solo miedo de perder, de salir desilusionados, y que los demás se dieran cuenta. Creer abiertamente en la paz se volvió estúpido y publicitar nuestro amor es ahora cursi; por eso ha sido más fácil que en público se hable de la guerra.
Ahora bien, resulta que esta paz no solo es con otro, es con las Farc, alguien radicalmente diferente que además nos ha herido y amenazado. Pero si lo que esperamos es construir una sociedad abierta en la que quepamos los que más queramos, respetando que somos cada uno a su manera, es claro que nos toca hablar de paz con el que más lejano y diferente ha sido, y hacerlo en público. Es justo además que retomemos las formas de amar al que hemos tratado de enemigo, sobre todo para que nunca más lo veamos así y lo empecemos a reconocer como alguien digno con quien discutir.
Hablar de amor mientras hablamos de paz, en parte se trata de aceptar no nos dirigimos hacia la felicidad en términos de placer y comodidad, porque la paz incomoda, exige y juzga a cualquiera de las partes. Quizás esté la felicidad en la sola posibilidad de ser juntos algo mejor de lo que hemos sido. Quien se ha atrevido a amar a alguien sabe que lejos está el amor del pleno goce; más cerca está del sacrificio, de la revitalización constante y de la construcción de lo común por encima del resto. Entonces debemos entender que la paz es de sacrificios y de perder cosas queridas y deseadas en nombre de permanecer unidos, sin eliminarnos.
Por otra parte, se trata de aceptar que la paz no puede ser confundida con hacer un consenso. Así como a los que amamos no les exigimos que piensen como nosotros, la paz no es ponerse plenamente de acuerdo en la forma de vivir, como a veces queremos verlo; esa idea es la que nos acerca a la de adoctrinar, neutralizar o eliminar al distinto, porque los consensos solo son posibles cuando se dejan a un lado de la negociación a los que están de verdad en oposición. La paz más bien se acerca a lo que un día escribió Martín Caparrós en su blog del El País de España: es ponernos de acuerdo en lo que nos vamos a poner en desacuerdo, unirnos alrededor de lo que nos divide.
Puede uno sospechar entonces que así nunca acordamos cómo vivir en este país, no deben haber razones para salir disparados a dividirnos ni salir divididos a dispararnos. Lo importante es que hay algo que nos une y nos mantendrá así. No son las normas o los acuerdos que queden escritos, porque eso cada quien siempre termina interpretándolo a su modo, son más los anhelos que compartimos al momento de acercarnos: no armarnos ni matarnos, hacer el duelo por nuestras pérdidas y encontrar las excusas para volvernos a amar en público.
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