Eduardo García A.


Nunca pensamos que Mutis se iría tan rápido cuando varios amigos coincidimos en Bogotá el domingo 25 de agosto convocados por la Universidad Nacional y la Biblioteca Nacional para celebrar su obra y su longevidad. Un aire de presagio tormentoso cundía en la capital y el homenaje por sus 90 años se dio en un contexto muy especial, porque hubo disturbios por el paro nacional agrario y todo el país estaba agitado, en especial la capital, Bogotá, a donde llegaban por esos días los manifestantes campesinos enardecidos como en los viejos tiempos de la Colombia insurrecta.
La última sesión, la más festiva y multitudinaria, que cerraba el encuentro en la Biblioteca Nacional, tuvo que ser cancelada, así como la inauguración de la semana colombo-mexicana del Fondo de Cultura Económica en el Centro Cultural García Márquez, a la que habían sido convocados decenas de escritores mexicanos, mientras en el centro se oían los disparos de gases lacrimógenos, el tropel incesante y el sonido de los vidrios rotos por el paso de los manifestantes más radicales. Varios municipios cercanos a la capital quedaron bajo toque de queda y la ciudad fue militarizada. Algo así no ocurría desde 1977.
Esa tarde final estarían presentes algunos escritores y amigos colombianos del poeta y sus lecturas de textos serían transmitidas a todas las bibliotecas públicas del país. Los viejos fantasmas que dejó Mutis cuando se fue de ahí para siempre, en 1956, hace casi seis décadas, estaban desatados. Y ese ambiente de caos y desastre nacional se sentía en esos momentos como un significativo presagio. Con Adolfo Castañón, William Ospina, Fernando Herrera, Consuelo Gaitán, Pedro Serrano, Fabio Jurado, Piedad Bonnet, José Ramón
Ripoll y Santiago Mutis, hijo mayor del poeta, y otros amigos, sentimos durante esos días una profunda hermandad generacional. Nunca pensamos que Mutis se iría tan pronto, menos de un mes después del homenaje, el domingo 23 de septiembre en la tarde. Pensamos que era un "roble" que podía estar con nosotros unos años más.
Su obra no es de entretenimiento sino de revelación y guía para enfrentar el desastre.
Castañón y Serrano vinieron de México, Ripoll de Cádiz. Y en el primer panel destacaron al amigo Mutis. Ese hombre para quien la amistad es una forma de guardar para siempre el niño que llevamos dentro. Cada uno contó esos instantes del encuentro y el camino vivido con él, como un amigo mayor cuyo afecto y complicidad literarias nos hizo a todos mejores. En las espléndidas palabras de Castañón al presentar la edición especial de la Reseña de los hospitales de ultramar, escrita a los 25 años, destacó que ya todo estaba dicho allí. En esos primeros poemas ya había marcado sus pautas y las líneas de su vasta obra.
Mutis escribió por necesidad. Dijo lo que tenía que decir y se silenció en la última década. Hubiera podido seguir con la saga de Maqroll el Gaviero, crear una exitosa serie, pero no era el caso. Ese gran tratado de preparación a la muerte fue su obra compacta con vasos comunicantes entre la poesía y la prosa. Su hijo Santiago, que es un poeta y un sabio, destacó que Mutis había tenido una bella amistad con la parca. A lo largo de su vida habló con ella y la hizo su amiga. La muerte, la naturaleza y el deseo son los centros primordiales de su poesía y su narrativa, los tres ejes fundamentales de su poética.
Estar ahí esos días como un grupo de hermanos en la cofradía mutisiana, fue una experiencia que cobra ahora mucho más relieve con la partida de ese clásico. Todos los días hacia la noche nos reuníamos mientras cundía la incertidumbre del país por el paro y las manifestaciones. Y en las noches al calor del vino vivíamos una especie de febrilidad mutua que presagiaba en nosotros todos, sin saberlo, el pronto fin de El Gaviero. Como dijo Santiago Mutis, fue increíble que el homenaje ocurriera "segundos antes" de su viaje final.
Y cobra mayor fuerza porque caminamos por las calles que transitó de joven y donde se formó como poeta al lado de maestros como Luis Cardoza y Aragón y Eduardo Carranza y en las tertulias de los cafés bohemios de entonces. Mutis se formó como poeta en las calles y los cafés céntricos de la ciudad antes de la tragedia del 9 de abril de 1948. Caminando por esas calles hoy decrépitas, uno podría imaginar al joven Mutis conversando con los poetas de su generación. Por ahí cerca estudiaba el bachillerato, que abandonó por el billar y la poesía. Por allí celebró el homenaje al gastrónomo francés Brillat Savarin y vivió la aventura de la amistad. Esa vida bohemia bogotana terminó para él pronto, pues tuvo que irse del país para México, donde vivió 60 años de sus nueve décadas de vida, pero esa ya es otra larga historia. Por fortuna tuvo que irse del país, porque esa vida bohemia de Bogotá se devoró a varias generaciones de poetas y escritores.
Mutis pasó la infancia en Bruselas y cada año viajaba en transatlánticos a la tierra caliente. Salía de Hamburgo o Le Havre en esos enormes barcos de entreguerras con su padre Santiago, que era diplomático en Bruselas y su madre Carolina Jaramillo, y cruzaban el Atlántico hasta el Canal de Panamá. De un lado estaba ese viejo mundo europeo con sus catedrales góticas, castillos reales, viejas ruinas romanas y medievales, avenidas y urbes magníficas que siempre constituyeron sus fantasmas infantiles de húsares y monarcas y al otro lado tierra caliente con la enfermedad, el sopor, los mosquitos, y la muerte.
En muchos de los poemas habla de los cafetales, del río, de los aguaceros. Y mucho después en su obra narrativa, en La mansión de Araucaíma, La nieve del Almirante, Un bel morir y Amirbar vuelve siempre a esos lugares, los recorre, los aborda desde todas las aristas posibles. Primero la certeza de que no somos nada frente a esa naturaleza y que como los animales muertos que lleva La creciente seremos devorados por ella y que el destino "inapelable" es la muerte.
Maqroll el Gaviero es el viajero, el judío errante, que viaja y emprende las más inverosímiles aventuras sin la más mínima esperanza de éxito. Inicia empresas y actividades muchas veces ligadas a la ilegalidad, porque no hay de otra. Comercia con los hombres aunque no cree en la humanidad y es escéptico sobre sus designios, pero no juzga al hombre y sus crímenes y traiciones. Maqroll deambula en esa naturaleza feraz, recorre ríos en planchones, llega a puertos infelices y sórdidos, sube por las montañas y se protege de la lluvia bajo los platanales, se encuentra en esos parajes con el ejército o los guerrilleros o los traficantes y al final siempre se salva para contar esas aventuras.
Además de la muerte y la violencia, es el deseo la arteria y sistema sanguíneo de su obra. Las mujeres, sus cuerpos, belleza, sabiduría, complicidad y talento están siempre presentes en figuras como Amparo María, Flor Estévez, Ilona y Doña Empera, las hermanas Vacaresco. Todos esos personajes femeninos son fundamentales y el deseo que corroe a Maqroll, esa sensación "de mariposas desbocadas en el esófago" que es según él el amor, está descrita con maestría. Las escenas de amor, la descripción de los cuerpos, la sensación posterior al coito, recorren los caminos de su poesía y su prosa. Y ese deseo, el sexo, están ligados a la enfermedad y la muerte, la presagian. La muerte que al fin llego por él para llevarlo al viaje permanente del olvido hacia el que todos vamos.
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