José Jaramillo


"Si a un pobre lo ves comiendo de un rico en su compañía, el rico le debe al pobre o es del pobre la comida", dice un refrán, que resume el caso del potentado que se interesa en negociar con el insolvente, que, no obstante, algo tiene para quitarle y detrás de ese algo va el "inversionista" o "socio estratégico", figuras tras las cuales se esconden las garras del tigre o los dientes del león. Ese es el caso de la inversión extranjera, que en el 2012 dizque fue cuantiosa, noticia que los voceros del gobierno pregonan a los cuatro vientos como maravilloso resultado de su gestión; y la gente, "el oscuro e inepto vulgo", cree que así fue, porque no tiene capacidad de espulgar en las intenciones del inversionista, ni en los alcances de su gestión "redentora" de la débil economía de los países pobres, porque todavía tiene complejos de colonia y cambia sus riquezas naturales por espejos, peines y cascabeles de lata.
El latrocinio que cometieron los europeos en los pueblos que conquistaron hace ya más de cinco siglos, para fortalecerse económica y militarmente, a los que se han sumado los países que fueron colonias y ahora son potencias, en tiempos de globalización no necesita de arcabuces para lograrlo, sino de una sutil diplomacia. Al "cacique" actual, elegido democráticamente, o nombrado con el padrinazgo de poderosos congresistas y ricos empresarios, se le sonsaca la autorización para explotar riquezas minerales o para adquirir participación en empresas de servicios públicos e instituciones financieras, sin necesidad de intimidarlo o cristianizarlo. Basta con montarlo en un avión privado y llevarlo a cualquier paraíso turístico, deslumbrarlo con manjares y licores, hospedarlo en un hotel cinco estrellas, buscarle una deliciosa compañía que le ayude a calentar las cobijas y abrirle una cuenta bancaria lejos de los ojos de periodistas, fiscales, procuradores y contralores. Así se consiguen las licencias necesarias para explotar hasta el aire que se respira.
La situación descrita, por cruda que parezca, no es de ahora. Para financiar la independencia de los países americanos fue necesario que los adalides de las respectivas revoluciones consiguieran recursos económicos y ayuda militar, que como no tenían otra cosa para pagarlos que los recursos naturales de los países que iban a liberar, los comprometieron, como quien gira un cheque posfechado. Y el benefactor tenía que asegurarse de que la revolución triunfara, para que el cheque no le saliera "chimbo".
De ahí provienen los apellidos de origen inglés, alemán, francés y otros, que son frecuentes en comunidades en cuyos alrededores se explotan minerales o petróleo. Y de que en esas mismas regiones haya genotipos raros como indios y negros de ojos verdes o azules, claro indicio de que el orgulloso y racista europeo se mezcló con los aborígenes, porque, con la mujer al otro lado del Océano Atlántico, "la necesidad tiene cara de perro".
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