Efraim Osorio


En Miami, el señor Orlando López García se pregunta si ya la Academia de la Lengua aceptó el término ‘álgido’ con el significado de ‘candente’, como lo afirma la Silla Vacía (18/6/2013). De ninguna manera. Para darme un reposo inmerecido, copio lo que sobre este adjetivo escribió don Roberto Restrepo: "Los latinos tomaron la palabra ‘algidus’ del verbo griego ‘algeoo’, doler "porque el frío ocasiona dolor" ("quia frigus dolorem affert"). Del latín pasó al castellano con el mismo significado original de "acompañado de frío glacial, intenso". Sólo a algunos escritorcillos se les ha ocurrido darle una significación opuesta, y se oye a cada trique decir "disputa álgida", "están en lo más álgido de la discusión", por decir ‘acalorada’, ‘acalorado’. Ya podría uno imaginarse cómo es una disputa álgida o glacial… Se podría decir ‘álgido’ de un cadáver o de la nieve, y hasta hay un período ‘álgido’ del cólera morbo, es decir, cuando viene el enfriamiento precursor de la muerte. Pero nunca podrá decirse ‘álgido’ de lo que tenga calor" (Apuntaciones Idiomáticas y Correcciones de Lenguaje). Hasta mediados de la segunda mitad del siglo XX, la Academia de la Lengua sólo le daba las siguientes acepciones: "Muy frío. // 2. Med. Acompañado de frío glacial. Fiebre ÁLGIDA; período ÁLGIDO del cólera morbo". En la edición de su diccionario de 1984 asienta una tercera: "Dícese del momento o período crítico o culminante de algunos procesos orgánicos, físicos, políticos, sociales, etc.". Acerca de esta última acepción ya Corominas había advertido lo siguiente: "El sentido ‘culminante’, med. S. XIX, nació de haber entendido bárbaramente la aplicación al período crítico de ciertas enfermedades, que va acompañado de frío glacial". Y al empleo de vocablos impropios se le dice ‘barbarismo’. ¡Ajá!
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En anterior columna (18/6/2013) me referí al libro "Ellas se están comiendo al gato", del escritor Miguel Ángel Manrique, para criticar ese título, gramaticalmente incorrecto, por la presencia de la preposición ‘a’ en el acusativo. A lo que respondió el autor: "Sin embargo, según las explicaciones del profesor Cleóbulo Sabogal (…), el uso de la contracción "al" se puede utilizar no solo para referirse a personas, sino también a animales personificados, que es la forma en que está usada en este título. Así que su uso es correcto. Como en el verso de Neruda: "Yo no conozco al gato" o de Rafael Pombo: "trájose al gato, para que en vela", o de Horacio Benavides: "No insultemos al gato". Ilustrísimas las fuentes citadas, indudablemente. Como no he leído el libro, le pregunté lo pertinente, y esto fue lo que me contestó: "El título del libro hace referencia a un cuento en el que el gato es la mascota de la familia, de hecho se llama David. Liliana, su dueña, sostiene una discusión con su madre porque no queda más qué comer. La madre decide que deben comerse a David, pero Liliana protesta diciendo que él es parte de la familia, que sería como canibalismo. En el relato David está personificado, no es una cosa-objeto, es casi un hermano para Liliana. Por eso usé la preposición "a" para referirme "al gato" David, porque es un animal doméstico. Como en "yo amo a mi perro". El título no puede citarse fuera de este contexto, porque no hablo de cualquier gato". A pesar de esto, y no obstante la autoridad indudable de las fuentes citadas, insisto en mi punto de vista, que no es más que esto, mi opinión, la que baso en lo que enseña don Andrés Bello: "Nada más personal ni determinado que los nombres propios de personas, esto es, de seres racionales: todos ellos llevan la preposición en el acusativo: "He leído a Virgilio", "al Tasso"; "admiro a César, a Napoleón, a Bolívar". Los nombres propios de animales irracionales, y por consiguiente los apelativos que se usan como propios de personas o seres vivientes, se sujetan a la misma regla: "Don Quijote cabalgaba a Rocinante, y Sancho Panza al Rucio" (Gramática Castellana, 890). Por lo demás, como lo enseña el mismo gramático, basta el artículo para ‘determinar’. Lo que se puede ver en los siguientes ejemplos: "Ellas se están comiendo el gato" (es decir, en el cuento, se están comiendo a David, por supuesto, pues así ‘se llama’ la mascota); "ellas se están comiendo un gato" (que puede ser cualquier gato, aun el del vecino); y "ellas están comiendo gato" (a saber, están comiendo carne de gato, comprada quién sabe dónde diablos). En dos palabras, el nombre ‘personifica’, el artículo ‘determina’. Cuando la mamá le pide a Juanito que saque EL perro, el niño sabe que debe sacar A Mateo, el nombre de su mascota. Y los lectores del cuento también. O si Juanito grita "¡se perdió el perro!", la mamá sabe que se perdió Mateo. No obstante, la Academia de la Lengua, siempre tan comprensiva y deferente, concluye: "La presencia o la ausencia de la preposición con estos sustantivos puede depender de la cercanía afectiva que el hablante establezca respecto del animal designado, lo que (indirectamente) implica dar mayor o menor relevancia al rasgo de ANIMACIDAD" (Nueva Gramática de la Lengua Española, 34.8o). Y así, todos felices. ¡Cómo le parece!
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La VEINTITRÉS: ¿Hasta cuando, señor, su revoltijo, hasta cuándo?
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