Álvaro Gartner


En el Correo abierto del 20 de agosto leí que el doctor Rodrigo Cardona Marín piensa que al barrio Campohermoso, "otrora el más exclusivo de la ciudad", se lo tiraron con "la instalación de la central de Socobuses a un costado del parque Liborio Gutiérrez, pues bien pronto los talleres de mecánica automotriz invadieron el marco del parque y las calles adyacentes". Citas textuales. Esto provocó una catarata de recuerdos de infancia y adolescencia, así como la reflexión sobre si esa fue la causa del retroceso del otrora encantador y empinado sector residencial. A comienzos de los años 60 era Campohermoso el área comprendida de las carreras 10 a 12 y las calles 16 a 21, amén de un exclusivo rincón situado en un costado del colegio del Sagrado Corazón, a los cuales (institución y sector) se accedía por una carreterita destapada que corría paralela a la vía hacia Medellín, cuando era por La Cabaña.
Hasta donde la memoria alcanza, la sede de Socobuses estuvo siempre en el parque Liborio. Éste fue hermoso, hasta cuando hacia 1960 a algún mandamás local le pareció que era mejor convertirlo en lote de engorde, tapando con buldózer el estanque y derribando unas jaulas donde había perezosos. Durante años allí se hizo el ‘mercado libre’, y cada diciembre y enero recalaban el Circo Egred y la ciudad de hierro, turnadas. Esa fue la primera cuota para el desplome de Campohermoso.
De allí salía la única ruta que tenía esa empresa, la denominada Galerías-Milán. La otra, Chipre-Fátima, la hacía Urbanos Manizales, cuyos buses estaban pintados con los colores de la bandera de la ciudad, y al poco tiempo fue absorbida por Socobuses.
Los conductores de ese entonces jamás dieron motivo de queja, hasta donde recuerdo. Cierto es que en los ratos de ocio hacían bromas pesadas entre ellos, sin faltar palabrotas, pero jamás se metían con el vecindario. Si no fuera así, hubiera intervenido el párroco Raúl Jaramillo, que cuando se enojaba metía miedo.
Por el contrario, los choferes eran amables y conocían a usuarios que eran los primeros en subirse al bus y los últimos en bajarse. A muchos de ellos los conocíamos por el nombre y luego se establecieron con sus familias en el barrio.
Por otra parte, talleres de mecánica siempre hubo en Campohermoso, dos en pleno corazón del barrio. Uno era el de don Alfonso Castro, en la carrera 12 entre calles 18 y 19. A pesar de ser hombre de pueblo, Castro fue serio y respetuoso, y en varias ocasiones se le vio regañando a sus mecánicos por piropear a las vecinas.
El otro era el de don Gentil no-sé-qué, situado en la esquina de la carrera 11 con calle 19, dos cuadras antes de la nueva entrada del Sagrado Corazón, actual Universidad de Manizales. Cuántas veces entraron a ese taller inoportunos carros de balineras, cuyos infantiles conductores no alcanzaban a dar la curva tras descolgarse por las impresionantes faldas de la 11. El hombre a veces refunfuñaba, pero soportaba con estoicismo los bólidos esferados, que eran uno de los encantos del barrio. Regañaba más doña Ruby Estrada.
La conversión de Campohermoso en el despelote que hoy es, tiene causas más complejas: una, la ida de allí de las familias tradicionales; dos, la apertura de la avenida que lleva a Villa Pilar, lo cual acabó con la armonía del entorno, llevó a poblar las mangas que eran el jugadero del vecindario y abrió las puertas a una comercialización cuasi informal. Y la pérdida de equilibrio, al ser más los talleres nuevos y los almacenes de repuestos que las familias del sector.
Addendum. Fue tan sabroso el Campohermoso de hace medio siglo, que los vecinos de esa época hacen encuentro cada dos años, para recordar los buenos viejos tiempos, con el liderazgo de María Cristina Soto Larroche. El año entrante habrá.
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