Álvaro Gartner


El tiempo es una invención humana para medir los ciclos de la Naturaleza, llámense estaciones, días, noches, rotaciones o traslaciones, por ejemplo. Como el Universo es un mecanismo sincronizado que solo cataclismos cósmicos modifican, cada ser vivo es en sí mismo un reloj biológico, el individuo como la especie a la cual pertenece.
En el caso de la humana, gracias a esa programación hay ciclos para comer, para dormir, para crecer y para… festejar. Dígalo si no esa sensación que se experimenta los domingos, tan diferente de los otros días de la semana. El organismo sabe que no hay que trabajar y el cuerpo se pone en modo de locha.
En las sociedades que tienen carnaval, los celebrantes sienten un impulso inconsciente de salir a las calles disfrazados a festejar, solo los días de jolgorio y las sociedades subvierten el orden de las cosas únicamente durante ellos. Vaya que se intente en otro momento: la colectividad fulmina al díscolo.
Sin embargo, unas fases del cronograma natural están siendo forzadas. Ejemplo: el 3 de noviembre, el redactor económico de este diario titulaba alborozado: "A Manizales, ¡llegó la navidad!" (sic), 34 días antes de empezar ésta. Y afirmó convencido: "Desde octubre se vive la Navidad".
A renglón seguido reconoció que el forzado adelanto se debe a la intrusión de un elemento no esencial en el espíritu navideño: lo comercial. "Para Fenalco, comprar desde octubre, ayuda al bolsillo de los caldenses", escribió.
¿No será, más bien, que ayuda al bolsillo de los comerciantes? Es claro: mientras algunas personas tratan de adelantar compras de fin de año, la mayoría debe esperar hasta mediado diciembre para hacerlas, porque depende de primas, comisiones y sobresueldos. Así, el comercio tiene dos temporadas navideñas en lugar de una: la anticipada y la real.
No seré yo quien critique el afán de lucro de los comerciantes. Ni pretendo dejar caer ni una manchita en la impoluta imagen de Fenalco. Allá los incautos que se dejan consumir por el consumismo estimulado desde esa entidad y confunden gastar con celebrar.
Solo cuestiono las lamentables estrategias publicitarias, en las cuales faltan imaginación, creatividad y respeto hacia el ciclo del cual quiere sacar provecho. Si tanto aman copiar lo foráneo, ¿por qué no se fijan en cómo obran los comerciantes en los países donde hay estaciones y, por lo mismo, el reloj biológico está más sincronizado? ¿Será porque el comercio allá tiene una ética que aquí no conviene?
A tal punto ha sido deformada la tradición, que hoy la Navidad se reduce a gastar el dinero que no se tiene comprando cosas que no se necesitan, para entregarlas a quienes no les interesa, no las valoran y no las agradecen. Con la Navidad se pagan favores, se ‘pisan’ negocios, se compran conciencias, pero no se da amor, que es el sentido de este tiempo.
Cuando veo todo esto, añoro la Navidad de mi niñez: el pesebre se hacía el 16 de diciembre, no el 1 de noviembre, si se hace. Era para rezar la Novena, no para cambiar el decorado de la casa. Había quién lo desbaratara el 25, después del Nacimiento, pero los ruegos infantiles lo prolongaban hasta el Día de Reyes.
El árbol navideño solo era instalado el 24, para que el Niño Dios (ningún Papá Noel) dejara los regalos. Estos eran, casi siempre, la ropa nueva para el año siguiente y algún juguetico normal. Aquel era un chamizo recubierto con motas de algodón o con gotas de icopor pegadas con engrudo, al que se le ponían una instalación y unas cuantas bolas que se quebraban con mirarlas. No esos fastuosos pinos llenos de perendengues, que se dejan hasta el 31 de enero para chicanear y justificar la inversión.
Y el aguinaldo propiamente era un entusiasta intercambio de natilla y buñuelos, o un desamargado ocasional, que enviaban -y se enviaba a- los vecinos de la cuadra. Todo ello, en medio de amor y reencuentros familiares, hoy tan escasos.
Tan rica que es la Navidad… ¡en Navidad! Tan maluco cuando la fuerzan desde octubre, en un intento por adelantar el reloj biológico. Solo para que unos pocos ganen y pierda la sociedad.
"No por mucho madrugar amanece más temprano", decían los abuelos.
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