Álvaro Gartner


La humanidad atraviesa por una época (ojalá no sea una era) con ventajas científicas, tecnológicas y comunicacionales, y con retrocesos espirituales que la muestran banal, frívola, facilista, insensible, exhibicionista, efímera, antiestética, perezosa, amoral, desacralizada, impaciente, agresiva, ruidosa y decadente. Hoy importan más el empaque que el contenido y el resultado más que el proceso. Antes se privilegiaba el deber ser sobre el ser; hoy es mejor aparentar que ser.
Basta con ver en acción a los investigadores, adjetivo con que se ungen los habitantes de la academia cuando pretenden ver la vida cotidiana, no para conocerla, sino para corroborar sus teorías. Suponen que la hipótesis es la demostración científica del hecho; les basta con recoger datos sueltos para 'sustentar' y presentan como encuestas meros sondeos de percepción o de opinión, más fáciles de hacer.
Por desgracia, no es actitud exclusiva de la academia. Hoy pretenden cambiar por decreto la cultura; regular por ley oficios de los cuales se ignora todo o incluir mediante prácticas excluyentes. Tampoco los medios de comunicación son ajenos, pues con frecuencia se ve a periodistas contradecir o ridiculizar al entrevistado cuando éste no responde lo que desean escuchar o les ordenaron averiguar.
Sobre las ciudades hay mil y la mama de teorías para hacer de ellas remansos de paz, seguras, prósperas y sin pobreza, casi todas inaplicables. Algunos se ceban recontando las atrocidades que en calles y despachos públicos se cometen, como si la abundancia de diagnósticos cambiara las cosas por sí solas. Otros salen a 'descubrir' pueblos, cuando alguien cuenta que tienen una cosa llamada cultura... o algo así; personajes pintorescos o costumbres ancestrales de las cuales hay vaga noción. No les atrae el interés científico, sino la novelería por lo diferente.
Armados con meras referencias y sin saber a qué van, el día menos pensado llegan al “campo de trabajo” (¡nada de pueblo!), pues suponen que allí la gente vive en perpetuas vacaciones y se les dedicará de tiempo completo. Como no saben a quién preguntar, le caen al primero que ven, y la respuesta de éste, veraz o no, es la base de la 'investigación'.
Si por casualidad se enteran de que alguien ha trabajado 'su' tema, lo contactan y fijan hora al encuentro, sin importarles si aquel puede o no. El propósito es extraerle toda la información posible y se dan por satisfechos con lo oído, sin tomarse el trabajo de corroborar. De esa manera, convierten en informante al investigador local.
Como siempre están de afán, jamás llegan hasta el depositario del saber, por lo cual no entran en contacto con el objeto del trabajo. Lo resuelven elaborando un cuestionario, que piden repartir, hacer contestar y recoger, al primero que les ofreció café, incluido envío por correo, de cuenta del oficioso. Si la indagación es documental, suponen que encontrarán los contenidos ya relatados.
Al obrar así, académicos o periodistas creen tener en mínimo tiempo temas cuya verdadera búsqueda requiere años. El afán es graduarse o publicar. Desaparecen, y en el pueblo jamás vuelve a saberse de la tal investigación, pues no tienen la delicadeza de enviar copia a quienes generosamente revelaron sus saberes. Ni siquiera dan las gracias.
O si quieren indagar sobre un certamen cultural, filman a sus protagonistas para luego mostrar como hallazgo propio lo dicho y hecho por estos. Ni tienen empacho de exigir al conocedor del tema de su interés, que les pase toda su documentación para ellos publicarla. He visto artículos firmados por el plagiario, con anotación final en letra chirringuitica: “Con información de”... el verdadero autor del texto.
De parecida manera actúan los maestros (perdón por rebajarlos al nivel del Nazareno), los docentes que estudian: para hacer su tesis, imponen trabajos absurdos a sus discípulos, que nada enseñan, pero les permite hacer trabajo de campo sin moverse del escritorio.
Casos y métodos de no investigación abundan, con la alegre e irresponsable permisión de las universidades, que dan estado de académico a un mentiroso o un ladrón. Bueno, si estos abundan en el Congreso, bueno es que tengan título y no sean empíricos. Lo triste es ver cómo, mientras hacen carrera tales prácticas, los verdaderos valores identificativos de Colombia se pierden y son sustituidos por falacias locales o intrusiones extranjeras.
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