Álvaro Gartner


Comenzó la Navidad y se revivió el añejo duelo de símbolos: Niño Dios y Papá Noel se baten desde la intrusión de éste por esnobistas a quienes les pareció muy gracioso ese cucho vestido de dulceabrigo. Y el vejete no vino solo: trajo consigo la más desaforada sociedad de consumo, que trastrocó los principios esenciales de esta época. Gracias a su siniestra presencia, hoy es más importante un paquete que regresar a casa, reunirse en familia, hacer las paces y tener el espíritu sereno.
Mientras Papá Noel se instala en los almacenes para inducir a comprar, el Niño Dios llega a todas las casas a traer esperanza. Los obsequios de aquel valen por lo que cuestan y obligan a sacar de donde no hay, pues los motivan intereses de clase y compromisos de negocios. En cambio, los aguinaldos del chico valen por el cariño con que se dan y reafirman lazos afectivos.
El Niño Dios da a todos, así sea muy poquito, y siempre deja una sonrisa de paz. Papá Noel regala a quien tiene y no necesita, y sus obsequios son fuente de desilusiones, bochornos o disputas.
El Niño Dios aparece en el pesebre a la medianoche del 24. En cambio, Papá Noel entra como un ladrón furtivo por la parte más vulnerable del hogar.
Éste es una figura ajena, con elementos foráneos como la nieve, el trineo y los renos, que nada dicen porque no los hemos visto en estas latitudes. Aquel es símbolo de lo propio y en torno de su figura se ha tejido bellísima tradición oral, que se pierde en la oscuridad de los siglos.
En ella ocupan lugar importante los villancicos, que para el Niño Dios hay montones, algunos de extraordinaria belleza. En cambio, las canciones al Papá Noel son casi inexistentes y de un pachuco digno de cualquier reguetonero.
La figura del hijo de María es la de un bebé que irradia paz. La de ese gordo hijo de… nadie, es la misma del cuadro ‘Yo vendí al contado’. O sea, simboliza al comerciante especulador, para quien lo prioritario es ganar por encima de cualquier condicionamiento.
Esta declaración no es confesional, porque la liturgia sobre el Niño Dios es pobre y escueta. Su gran esplendor está en el culto popular espontáneo y entrañable que se ha configurado por tradición a través de muchas generaciones. Ha surgido del encuentro de abuelos, hijo y nietos, mientras el catano gringo sobrevive en las calculadoras de los almacenistas.
Aunque el chiquillo vaya perdiendo la partida mediática, aupada por publicistas ignorantes y comunicadores despistados, le haré barra hasta lo último. Es el nuestro y es la imagen que mantiene viva la Navidad de la niñez.
Bienvenida al Niño Dios. Papá Noel, “go home” pa’l Ártico.
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Coletilla 1. Quienes éramos muy niños cuando Luz Marina Zuluaga fue elegida Miss Universo, crecimos con su imagen de figura emblemática de Manizales. Con su partida se cerró un ciclo de la historia local. De la ciudad que fue en tiempos de esta gran mujer, queda muy poco.
Coletilla 2. En los homenajes a la memoria de Luz Marina se dijo que el bambuco Flor manizaleña fue compuesto en su honor. Habrá que preguntarles a los coleccionistas de discos, porque la grabación original podría ser anterior a su reinado. Por lo menos, contemporánea.
En cambio, en lo escuchado y leído nadie mencionó el bambuco Luz Marina del mundo, compuesto por Francisco Bedoya y Carlos Alberto Mejía Saldarriaga, que fuera éxito de Espinosa y Bedoya. Ese sí fue para nuestra reina.
Coletilla 3. En su columna del domingo pasado, Orlando Cadavid atribuyó La múcura a Antonio Fuentes. En realidad es de Crescencio Salcedo. Primero trató de apropiársela Bobby Capó en 1949, cuando la escuchó en Panamá. Como nadie dio razón del compositor, la grabó presentándola como propia. El locutor Alfonso Rosales lo denunció en su radioperiódico: “Se robaron La múcura”.
Entonces, Fuentes, ni corto ni perezoso, reclamó los derechos de composición, porque Crescencio había dicho que no le interesaba que otro se hubiese apropiado de su canción. Pero le dolió porque compuso un porro que comienza: “Se perdió mi mucurita, que me daba tanto goce. Mi preciosa muy bonita se la cogió un envidioso”.
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