Álvaro Gartner


Forzado a escuchar lo que no deseo, por los volúmenes con que sintonizan las peores emisoras, resolví prestar atención a lo que en ellas consideran como música. Como tengo suficientes anticuerpos contra el mal gusto, no corro riesgo de incorporarlo a mi cancionero.
Tienen los esperpentos pautados una ventaja: suena uno y se conoce el resto. Solo cambian los estribillos, lo único inteligible. Y los intérpretes apenas se diferencian en las fotos, de modo que uno es igual a todos y todos se repiten en temas, estilos y voces.
Los ilustrados locutores dicen que cuando Darío Gómez consagró el himno de los malevos muertos, ‘Nadie es eterno en el mundo’ (lástima que aquí no pueda imitarse el balido reglamentario), surgió el despecho como género musical. Que se considere como forma poética, vaya y venga, pero de ahí a tenerlo como categoría melódica, hay un abismo tan grande como el del río Arma que separa Caldas de Antioquia.
Las canciones resentidas son antiguas: cuando las serenatas eran con cuerdas y no con mariachis destemplados o con pistas, comenzaban con un bambuco que cantaba al amor y terminaban con un pasillo dolorido. Por ejemplo: “Te vas indiferente, te alejas de mi lado, como si nada hubiera pasado entre los dos”. Despecho puro, más sutil que el actual: “Y ahora que estoy muriendo de amor, llorando a moco tendido, metido en un bar bebiendo mientras te olvido”.
En otros tiempos los novios peleaban con boleros. Inolvidable es la que en 1950 tuvieron los compositores mexicanos Emma Helena Valdelamar y Teddy Fregoso, cuando éste en un arranque de celos cantó: “¿Por qué suspiras, qué piensas de mí, cuando te miro yo?”. Ella contestó con otro bolerazo: “De mi pasado preguntas todo, que cómo fue. Si antes de amar debe tenerse fe…”. Ante la inesperada respuesta, él sacó bandera blanca: “Que te quiero, sabrás que te quiero, cariño como éste jamás existió”. Pero doña Emma venía impulsada y lo remató: “Pensarás que a qué he venido, si ya todo ha terminado. Piensas que cariño pido, pero te has equivocado”.
‘Mucho corazón’ y ‘Devuélveme el corazón’, de Valdelamar, fueron unos de los primeros boleros femeninos respondones. El pionero fue ‘Total’, paradójicamente escrito por un hombre: “Pretendiendo humillarme pregonaste el haber desdeñado mi pasión y fingiendo una honda pena imaginaste que moriría de desesperación”.
Si hasta entonces los hombres maltrataron a las mujeres con los boleros, especialmente en México, hoy la situación es diametralmente opuesta: los varones lloran “a moco tendido” los oprobios que sufren de ellas. En las letras hay exposición de machos corneados, arrastrados, humillados, engañados, sustituidos, y un largo etcétera, por hembras independientes que se zafaron de un mal tipo, cuya única reacción fue chillar ante un micrófono.
Basta con oír los cuasi boleros que hoy venden como vallenatos comerciales, que airean las más bajas formas del amor, con acompañamiento de acordeón. O la plétora de vulgares carrileras paisas.
Pero ni siquiera en berrear son originales los berriondos ‘cantantes’ de hoy. En los años 1970 la balada lloraba en las voces de Sandro, Camilo Sesto, Los Ángeles Negros, Los Iracundos, Los Galos, Los Pasteles Verdes y otros, que cantaban historias de hombres quienes no entendían por qué fueron abandonados o cambiados por otros. Los vocalistas de esos grupos y un joven Juan Gabriel (gran compositor y pésimo cantante) dieron vida a las voces hermafroditas que hoy satisfacen los gustos de los siete géneros sexuales en que se divide la humanidad. La cumbre -o la sima- de todos es un Santos, tan malo como el de Bogotá, el Romeo que canta como Julieta.
Después de tanto oír de lo mismo, a la brava, por los decibeles que hacen notoria la gleba, no me explico por qué la tasa de suicidios es tan baja. Lo que graban disqueras donde no tienen oído ni para un forúnculo e impone una radio de pipiripao, es como para cortarse las venas, pues exaltan lo peor de la condición humana. Debe ser porque los colombianos tenemos mejores valores que los pregonados por todos los John Álex, Daríos, Charritos, Posadas, Muñoces, Pipes y demás especímenes ‘musicales’ que en este país son.
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