Camilo Vallejo


El 2 de octubre, Caldas escribió un No gigante. La oposición al Acuerdo con las Farc sacó 7 puntos más (57,09%) que en el total del país (50,21%). De los 13 departamentos que votaron en contra, Caldas ocupó el octavo lugar en votación por el No. Además, junto al Quindío, fue uno de los dos departamentos en los que todos los municipios se negaron, unánimes.
Visto esto, y pensando en lo que viene, se debe reconocer que son varias las responsabilidades que le quedan a Caldas.
La primera responsabilidad es la honestidad, la claridad. Hay que revelar de una vez por todas a qué se refiere el No de Caldas.
Decir que el No también quiere la paz es facilismo, porque no concreta, no dice mucho y corre el riesgo de ser un lugar común, pura diplomacia. Hay que aclararle al país si nuestro No está dispuesto a seguir conversando con las Farc, si está dispuesto a encontrar una nueva forma para cederles parte de las instituciones y los valores que nos han traído hasta acá, solo para que dejen las armas.
Ahora bien, también hay que aclararle al país si nuestro No, por el contrario, sigue siendo el deseo de eliminar a las Farc por la fuerza, las ganas de encarcelarlos hasta el fin de sus días, de no dejarlos pensar lo que piensan, de aceptarlos solo si cambian de opinión, si reconocen que el país nuestro es el correcto.
Hay que dejarlo claro, porque la paz por conversación y la paz por eliminación no son lo mismo. Sincerémonos. Cuando hablamos de eliminar al otro, solo hay una cosa que se interpone entre nuestro presente y la paz: la guerra, porque ¿cómo más nos quitamos al otro del medio? Cuando hablamos de eliminar al otro, la paz solo puede ser allá al final, en la tranquilidad que aparece cuando ya no queda nadie. Por el contrario, el diálogo permite que la paz se busque desde el principio, solo para poder vivir juntos el final.
Así que no actuemos como si no entendiéramos, la paz de la que el país está hablando es la de la conversación, la del diálogo. La paz por eliminación es otra, la vieja, la de siempre, es justamente la que estamos buscando dejar atrás. Hay que hacer saber el significado de nuestro No, en letras igual de grandes, fuertes, claras, para que sepan si cuentan con nosotros. Tanta mayoría del No ha dejado la duda sobre nuestro interés en conversar, y hay que despejarla.
La segunda responsabilidad aparece cuando quede claro que nuestro No mantiene el deseo de seguir conversando con las Farc.
En ese punto Caldas debe convertirse en un referente, un ejemplo de encuentro entre las distintas posturas que quieren la paz. Comprometernos con empezar conversando entre nosotros, por no señalarnos ni estigmatizarnos. En concreto, deberíamos liderar la construcción de espacios (reuniones, cabildos abiertos, asambleas, foros, marchas, lo que sea) y la definición de jornadas (días, semanas, mañanas, tardes, noches, lo que sea) en los que se construyan salidas que nos pongan de acuerdo entre nosotros y con las Farc. También para exigir estrategias que nos permitan participar de los ajustes de la manera más directa posible, que oigan lo que tenemos para decir en las regiones.
Esta responsabilidad implica también poder exigirles a los líderes, especialmente a los del No, que vencieron en el plebiscito, que son cercanos al departamento, para que no se aprovechen, no lo vuelvan electoral, no se tomen más tiempo de la cuenta, y le devuelvan altura y trascendencia a esta discusión. En últimas, para que hagan de la decisión del 2 de octubre una nueva oportunidad para la paz, no para otra cosa.
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Hace poco, en un avión, vi un niño que no se emocionó al despegar. De tanto viajar por el aire ya no ve que está volando. Ojalá que de tanto hablar de paz no dejemos de ver cuándo estamos despegando.
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