Camilo Vallejo


Comienzo por decir que respeto a Guido Echeverri. Pero continúo diciendo que tiene responsabilidad en el desgobierno que hoy vive Caldas, junto a quienes lo han apoyado. Su respetabilidad no le quita ni el afán, ni la ambición, ni la terquedad con la que impulsó sus dos últimas elecciones como gobernador. Su respetabilidad no nos puede impedir decirle que nos está encerrando en la imposibilidad de gobernarnos nosotros mismos.
El gran activo de Guido Echeverri es su credibilidad. La mayoría de caldenses lo respetan, lo consideran honesto, le reconocen su trayectoria, lo ven como una oportunidad para contener los vicios de nuestra corrupción. Sin embargo, en el poder la credibilidad no subsiste sin legitimidad. Por más que un gobernante muestre buena cara frente a sus gobernados, es necesario que éstos reconozcan que su lugar en el cargo viene de un origen válido y justo.
Su primera elección en 2011 fue anulada por un error imperdonable para él y para los “políticos A” que lo apoyaron. Quisieron ocultar el encargo de su esposa durante el año anterior a la elección, bajo el argumento de que era algo menor o que no se habían dado cuenta. Parece ser que esos mismos “políticos A” (empezando por los Yepes) gestaron la declaración de nulidad después de que Echeverri no les cumpliera con los compromisos burocráticos y programáticos. Es como si hubieran llevado al gobernador a la trampa de su propio error, para no perder el as bajo la manga de sacarlo. Al final, Caldas sin gobernador, alguien encargado desde Bogotá, nuevas elecciones, y nadie supo si el que tenía el poder lo tuvo realmente
Su segunda elección en 2015, los “políticos B” (que no son exactamente los mismos A) decidieron sacarla adelante con terquedad, aún sin tener claridad sobre su inhabilidad. Lo hicieron bajo la bandera de que la Presidencia les había dicho que no había problema y con la idea de que Guido era el único que con su credibilidad podía espantar el fantasma de Uribe. Ahora los “políticos B” (empezando por Mauricio Lizcano), lo siguen rodeando, aunque poco a poco se van sacando la responsabilidad. Hasta ahora, Caldas sin gobernador, alguien encargado desde Bogotá, los “políticos B” con las riendas y nadie sabe si el que tiene el poder lo debe tener.
En esta época la legalidad parece una preocupación menor para los ciudadanos, pues trágicamente se les permite a los gobiernos que actúen más allá o más acá de la ley, con tal de que muestren resultados. Por lo tanto, la legitimidad se ha vuelto una discusión central con la ciudadanía que además, a diferencia de la legalidad, no se resuelve a punta de derecho ni de tribunales, sino que es una discusión de gobernante a gobernado en el lenguaje más puro de la política. Ahora bien, guardando las proporciones, en ese punto está la relación de Guido con el departamento, en una discusión de su legitimidad, porque la sola credibilidad que tiene no le alcanza a él, ni a los “políticos B”, para quedarse ni para rehuir de su responsabilidad.
Sin legitimidad, ni Echeverri, ni los “políticos B” (empezando por Lizcano), ni el encargado, pueden pensar en hacer grandes transformaciones para el departamento como la apertura de fronteras en los licores. Tampoco queda bien que, antes de unas nuevas elecciones, se celebren contratos a la carrera solo por amarrar el presupuesto a compromisos y proyectos que nacieron de un poder cojo.
Aunque la ley les permita hacerlo (si es que de verdad nos ha preocupado tanto la legalidad), siempre quedará en la ciudadanía la sensación de que esas decisiones trascendentales no debía tomarlas el que las tomó. Al final, por buenas o no que sean las decisiones, vendrán los reclamos ciudadanos, el desconocimiento de lo decidido y las justificaciones para no cumplir, en últimas, el desgobierno.
Los caldenses tendremos que reconocer que la credibilidad de Guido nos encegueció hasta el punto de pasarle pequeños errores que al final fueron muy grandes. Le perdonamos incluso que dejara esconder a los políticos A y B detrás de su nombre. Ahora tendremos que reconocer que no solo Echeverri puede hacer las cosas bien, que no solo él puede salvarnos del yepismo o del uribismo, y que ni el yepismo ni el uribismo ni el castañismo nos sacarán de esta solo por ser ahora el lado contrario. Al final, la legitimidad volverá cuando el poder pase más por los ciudadanos y menos por los “políticos A y B”.
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