El buen diccionario "Pequeño Larousse Ilustrado" alude a lo sagrado como algo "que debe inspirar profunda veneración", y a lo profano como "lo contrario al respeto debido a las cosas sagradas". Lo uno y lo otro parecen ser extremos de una misma cuerda. Y entre los dos puntos habrá un camino de meandros, con escarpados incidentes. Y el acontecer será motivo de la vida. Entonces la vida podrá ser sagrada o profana. En ese oscilar, a la manera de un péndulo, estará la cuestión que nos ocupa. Ha habido apropiación tradicional de lo sagrado por las religiones, pero en términos contemporáneos esa expresión suele aludir a principios y cualidades que dan soporte a la razón de ser de una sociedad. Pero las sociedades son diversas, complejas y hasta antagónicas, circunscritas a determinantes de la geografía, las creencias y la historia. Cuando se dan las circunstancias de antagonismos aparecen las guerras, el deseo irracional, o con argumentos unilaterales, fanáticos, de exterminar al contrario. Barbaries se han visto, y continúan. El caso más protuberante en el siglo XX fue el exterminio de población judía por parte del nazismo. ¡Horror de horrores!
El mismo diccionario define la vida como el "espacio de tiempo que transcurre en el ser vivo…". Es natural identificar a los seres vivos formados en general por células y moléculas. Animales y plantas, por supuesto. Tienen movimiento, evolución, desarrollo de actividades complejas, con nacimiento, reproducción y muerte. La Tierra será también un ser viviente, como las constelaciones, las estrellas… los planetas, la lunas... Y el Universo, o los universos. Incluso en el estimado de noción de "infinito", aquella duración del tiempo inabarcable por el pensamiento. Una piedra tendrá su propia vida, y la arcilla, y la madera seca para la talla. "Los materiales tienen alma", nos decía el maese Guillermo Botero.
Nuestro Antanas Mockus reitera desde hace años que "la vida es sagrada" y que "el respeto por la vida debe incluso unir a los contrarios", como una cualidad común, la más esencial, al amparo del "no matarás". "Cada muerte es irreversible. Todo el poder del mundo no devuelve una sola vida", dice. No es posible permanecer indiferentes respecto al asesinato y la violencia. "Si una sociedad respeta la vida, aprende a respetar todos los derechos", expresa.
Antanas se la juega toda por hacer comprender a los colombianos que la vida es el bien más preciado, y que hay que defenderla, darle amparo, para que pueda ser compartida y tenga desarrollo afortunado, con pensamiento atractor en el bien común. Vida de los humanos, y vida en el planeta, y del planeta. Su llamado a la movilización nacional es un compromiso moral por la unidad. "Hay una llave maestra que abre todas las puertas, es el respeto a la vida", a la vida humana, repite una y otra vez, con vocación de líder espiritual, moral, ajeno a la confrontación de grupos, sectas y partidos.
En la antípoda de lo sagrado está lo profano, de aceptar que esta expresión indique la negación o rechazo de lo sagrado. Pero profano también puede ser lo no religioso, el sentirse ajeno o indiferente respecto a lo sagrado. Un cierto sentido de laicidad, sin confrontación. Hay un bello libro que recomiendo: "La creación - Salvemos la vida en la Tierra", de Edward O. Wilson (Ed. Katz, Buenos Aires), una carta en capítulos dirigida a un Pastor cristiano, en la cual el autor se define como un "humanista laico", con llamado a los acuerdos, con independencia de religiones e ideologías, en la idea de compartir un código de conducta ético, basado en la razón, la ley, el honor y la dignidad, para afianzar formas compartibles de seguridad y libertad, también con el estimado de la defensa de la naturaleza en tanto valor universal.
La naturaleza es vida, con el carácter de sagrada. Al defender la vida, por encima de todo, estaremos defendiendo la naturaleza, con el destino de preservar la vida en la Tierra, no solo la humana. La convocatoria de Antanas de movilizarnos por la vida, tiene ese alcance, el señalado por el biólogo Wilson: olvidar las diferencias, para encontrarnos en un terreno común.
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