Carlos E. Ruiz


Los libros son elementos de transmisión del saber, con sus logros y sus interrogantes, con el sabor de la alegría y las frustraciones. Son testimonio de las épocas y las personas. Los autores se muestran en ellos en su intimidad, con escarceos de evasión, pero sin eludir, aun en lo implícito, los enigmas de la época. Libros al alcance en los varios formatos, en papel y digital. Son albergue para el escape, el consuelo, el disfrute, la ambición de conocer y para el diálogo o debate en el silencio.
El libro es un amparo que custodia en sigilo el destino de nuestro tiempo, con huella inalterable, y llamado acucioso de requerirse. Y los pensadores son refugio de consideración para dar amparo a la gestación y desarrollo de ambientes favorables en la Cultura, con autonomía, sin dejar de ser víctimas del fanatismo, con quemas, degüellos, fusilamientos,... Pensar en libertad es un riesgo, por tratarse de explorar maneras y posibilidades en la vida y la Cultura, no siempre en concordancia con los poderes establecidos; más común la disidencia. Sócrates el ejemplo mayor en la historia.
Regresé a la prolífica producción de George Steiner (n. 1922), en virtud de libro reciente: “Un largo sábado” (2016), entrevistas realizadas por la filóloga francesa Laure Adler entre 2002 y 2014. De estirpe judía, políglota (inglés, francés, alemán e italiano, además de lenguas clásicas latín y griego), autor de libros imprescindibles para intentar comprender obras, autores y cuestiones acuciantes en la historia: “Tolstoi o Dostoievski”, “Heidegger” (estudio con énfasis en lo poético, pero a quien califica como un “titán de la filosofía”, “un gigante”, pero “un gigante malo”), “Después de Babel”, “Errata” (su autobiografía), “La poesía del pensamiento”, “Nostalgia del absoluto”, etc. La reportera lo identifica en sus cualidades sustantivas: profundos y variados conocimientos, sarcástico, lúcido irremediable, pesimista, apegado al misterio del azar, admirador y conocedor al detalle de la obra de Kafka, rechaza a Freud, disfruta de las ciencias exactas, investiga en los fines de semana las “zonas infralingüísticas” que puedan dar explicaciones sobre nuestras relaciones con el mundo. Por familia estuvo refugiado en Nueva York, al huir del exterminio nazi, fue alumno de Etienne Gilson, Jacques Maritain, Lévi-Strauss, entre otros, con estudios universitarios básicos en Chicago y Harvard. Trabajó en Londres algunos años en la revista “The Economist”, y en funciones lo envían a Princeton para entrevistar a Oppenheimer, a quien describe como personalidad teatral, y consigue caerle bien a tal punto que lo invita a vincularse al “Institute for Advanced Study”, en esa ciudad, separándose de aquella revista, lo que le permitió, en sus comienzos laborales, actuar entre grandes científicos, incluidos Einstein y Niels Bohr, un conjunto de diez premios Nobel.
El rigor en el pensamiento y la escritura llevaron a Steiner a odiar ese lenguaje ligero, el “bluff”, que campea en las humanidades (esta palabra le parece pretenciosa). Al acercarse a obras como las de Tolstoi, y al sorprenderse por ciertas apreciaciones suyas, por ejemplo acerca del “Lear” de Shakespeare que consideraba un ‘malogrado melodrama’, concluye que hay algo tremendo al tener que aceptar juicios, esas apreciaciones que se emiten más por gusto, aun con la debida ilustración, sin poderlos refutar. Grandes preocupaciones le asisten: el por qué no pueden mentir ni la matemática ni la música, pero el lenguaje con el que solemos comunicarnos unos a otros, sí lo permite, y es tan expansivo que no tiene límites éticos. Sin embargo, debe de haber una coherente y saludable relación entre la palabra y la vida, aunque complicada.
Steiner acepta que la persona humana es un animal territorial, cruel y miedoso, pero hace el llamado para que de manera permanente intentemos superar esa mala condición. Desarrolla la idea de Heidegger de ser los hombres “invitados de la vida”, y le atribuye en especial esa condición al judío. Hemos sido arrojados a la vida, no por nuestro gusto, y ya que ocupamos un lugar en el mundo deberemos comportarnos con dignidad, huéspedes que deberíamos dejar el sitio más limpio, más bello y de mayor interés. Reivindica el politeísmo, como la expresión más natural en el mundo y recuerda que los griegos reconocían la existencia de más de diez mil dioses, en consecuencia estima que el monoteísmo es lo menos natural.
En el examen de tantos asuntos que recoge ese maravilloso diálogo en el libro referido, salta la apreciación bienhechora de estimar la manera como la mujer ha surgido en el mundo, en los diversos campos, incluso en la vida pública, ascenso que trae la probabilidad de alcanzarse desarrollos políticos y sociológicos nuevos.
“El hallazgo de un libro puede cambiar una vida”, dice Steiner, y a cuántos nos la habrá cambiado. En mi caso, los “Ensayos” de Montaigne.
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