Carlos E. Ruiz


Buscar con rigor el conocimiento, y preocuparse por su aplicación, favorece la condición de “filósofo”, el amante del saber. La formación en la tradición universal de pensamiento, también resulta ser soporte. Disparidades habrá para acertar en una definición, pero los campos aludidos podrán servirnos para identificar personalidades que podamos ubicar a su amparo. Danilo Cruz-Vélez (1920-2008) y Rubén Sierra-Mejía (n. 1937) son dos filósofos colombianos de obra sustantiva, con amplio reconocimiento, originarios de nuestro Departamento. El segundo fue el discípulo más destacado y predilecto del primero, quien asumió en años recientes la recopilación de la obra completa de Cruz-Vélez, publicada en seis volúmenes (2015/16), por compromiso conjunto de las universidades de los Andes, la de Caldas y la Nacional de Colombia, gracias a la capacidad de emprendimiento y de gestión del profesor Carlos-Alberto Ospina H., en sus desempeños como decano de la facultad de Artes y Humanidades, y luego como rector (e) en la Universidad de Caldas.
Me referiré a dos textos incorporados en aquella (Vol. VI) acerca de la naturaleza y los fines de la Universidad, con sus contrariedades. Se trata de lecciones impartidas por Cruz-Vélez en actos de graduación de la Universidad de los Andes en 1962 y 1983. Desarrolla la tesis de ser la Universidad actual una viviente contradicción, al asumir como referencia su creación en el siglo XII, organizada en facultades, pero con la filosofía como atmósfera congregante. Pasado el tiempo, en la Edad Moderna, su evolución permite el surgimiento de las especialidades, lo que hace perder aquel espíritu de la formación integral de las personas. Y, además, por el desarrollo de la técnica, a la manera de “un frenesí de voluntad de poderío sobre la Naturaleza y la vida humana”.
Esta situación ha llevado a la renuncia de la Universidad en la humanización de la persona, para preparar los técnicos que el mercado demanda. Cruz-Vélez considera que es situación insoslayable pero que “niega su esencia originaria”, esencia que ha sido determinada por ser -o haber sido- aquella “la morada del saber integral”. Una contradicción. Dominio técnico que se ha impuesto en las universidades del mundo, incluso en Alemania, a pesar de su fuerte tradición humanista. Refiere en síntesis el caso colombiano, al recordar que en la Colonia y en los primeros años de la República la Universidad tuvo a la filosofía como centro, pero al transcurrir el tiempo se enfrentó a las exigencias de domeñar la Naturaleza y contribuir a la organización del Estado, con surgimiento de las especialidades, y la consecuente pérdida del carácter integrador.
Asimismo, recuerda la creación en 1945 del primer programa de Filosofía, lo que ocurrió en la Universidad Nacional de Colombia, con la figura de “Instituto”, gracias también a otros tres profesores que con él dieron ese paso, al integrar el primer grupo de sus docentes: Cayetano Betancur, Rafael Carrillo, Abel Naranjo-Villegas y el mismo Danilo Cruz-Vélez.
Reivindica el deber de la Universidad en formar profesionales en la condición de personas cultas, con el interrogante de si esa misión se estará cumpliendo. Sinembargo, estima que así no se cumpla, su deber sigue siendo ese, quizá a la manera de un ideal, con la ambición de integrar a futuro esa doble condición.
El poder en el mundo es de la técnica derivada de las ciencias que en el siglo XVII fundara Galileo. Técnica que ha dotado de mejores recursos a la sociedad a la manera de máquinas y dispositivos que liberan tiempo a las personas, que quizá debiera aprovecharse en labores formativas, creativas y recreativas. Pero no suele ocurrir así. La automatización de procesos industriales suple necesidades de personal. Y es tal el desarrollo de las nuevas “tecnologías” que pareciera no haber límites. El momento del mundo, con esa visión del desarrollo ha llevado a un palpable y riesgoso deterioro del medio natural, con ingredientes como la contaminación radioactiva y la que se deriva con mercurio de la explotación minera, al igual que los desechos plásticos, entre otros.
Cruz-Vélez se refiere a la posibilidad de producir nuevas formas de vida con características planeadas con antelación, y califica de “pavorosa” la cercanía de llegar a disponer del “robot humano”. Asimismo considera que la lucha contra la técnica de los “roussonianos” y ecólogos es inútil, con su afán de retornar a la naturaleza, puesto que la técnica es el “supremo poder histórico de nuestro tiempo”. Lo que propone es un nuevo humanismo que reconozca el dominio de la técnica pero que pueda salvar a los seres vivos de sus peligros. Saber esencial que solo puede tener lugar en la Universidad, con el conocimiento científico que da lugar a la técnica. Universidad que se ocupe de la creación de una atmósfera favorable al examen del sentido en la razón de ser y en el destino de la humanidad.
Planteamiento que subraya Cruz-Vélez como un ideal en la sociedad, y no una utopía. Habrá que intensificar el compromiso universitario por avanzar en ciencia y técnica, con formas del pensamiento que contribuyan a humanizar su labor, con recursos del humanismo en reto contemporáneo.
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