Eduardo García A.


Los terribles atentados que ensangrentaron París este viernes con saldo de más de cien muertos en siete lugares distintos, entre ellos el popular salón de conciertos Bataclán, estaban ya anunciados y eran ineluctables, y quienes vivimos aquí desde hace tiempo sabíamos que los terroristas atacarían en las zonas de fiesta, allí donde la gente de todas las edades y orígenes, locales o turistas, salen a divertirse entre luces, humos, cuerpos y copas, para ratificar la fama que esta ciudad ha tenido desde siempre como sitio de esparcimiento, arte y poesía cantados por poetas, novelistas y artistas populares de todos los tiempos, desde el medieval François Villon hasta Edith Piaf, Charles Aznavour o los contemporáneos como Zaz.
El primer sonido del gong del terror en el contexto de la guerra actual que sacude la mitad del mundo sonó a comienzos de enero, cuando nos enteramos de que los yihadistas atacaban en la sede del semanario satírico Charlie Hebddo, acribillando a una decena de artistas irreverentes, no lejos de los lugares donde otra vez volvieron a hacerlo ahora, cerca de Bastilla y República, que los fines de semana están llenas de gente que va y viene y circula entre bares, salas de conciertos, cines, restaurantes o que simplemente deambula junto a los canales y los bulevares.
Todo es cuestión de azar y las personas que se vieron atrapadas este viernes en medio del horror mientras escuchaban un concierto de rock o comían en restaurantes y perecieron bajo las ráfagas de Kalashnikov de los fanáticos islamistas, son las víctimas simbólicas de una tragedia que nos afecta a todos. Ellos murieron ahora, pero los habitantes de París sabemos que la sorpresa podía surgir en una estación de metro, un supermercado, bar, sala de concierto, biblioteca, escuela, universidad o museo.
Muchas veces pensé y le dije a algunos amigos cuando hablábamos en algún idílico parque, plaza, café o junto a los canales, que todo esto era solo provisional, porque Europa ha vivido en paz solo en las últimas seis décadas después de vivir toda la historia en una sucesión interminable de guerras, la última de las cuales fue la Segunda Guerra Mundial, cuando de aquí salían trenes enteros de humanos hacia los campos de concentración o de trabajo alemanes. A través de la literatura, los libros de historia, el teatro y los filmes sabemos el horror que vivieron los resistentes de la ciudad, que tuvo la suerte de salvarse de ser destruida, pese a la orden dada por Hitler de hacerla desaparecer, cuando preguntaba en el búnker nazi a sus lugartenientes, con su mirada sicótica: "¿Arde París?".
París no ardió y desde entonces tras la Liberación se vivieron largas décadas de prosperidad y paz. Pero esa paz idílica de las últimas décadas vivida por los habitantes de esta gran jaula de oro ha desaparecido y no se sabe qué nos deparará el futuro. Solo sabemos que el terrorismo es masivo y las guerras que incendian el Maghreb, África subsahariana, Oriente Medio y Asia son de tal magnitud que millones de refugiados ingresan o tratan de entrar a Europa para huir de la muerte segura en sus países, devastados por los conflictos oscuros en los que los ha sumido la plutocracia mundial que no tiene principios ni corazón. Y que las fuerzas yihadistas de los ejércitos islámicos quieren hacer el mayor mal posible a Europa, destruirla, aterrorizarla y terminar el sueño de esta ciudad luz y de todos los que viven y gozan en paz. Terminar el sueño de la democracia, de la libertad de pensamiento y de culto y la libertad de gozar y amar libremente. Terminar el sueño de la tolerancia por la que abogaba hace siglos Voltaire. Un mundo laico, respetuoso de los otros y sus culturas.
Estamos en plena conmoción, pero si miramos la historia, podría vislumbrarse algún optimismo porque no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista y es posible que esta locura yihadista sea una fiebre que un día desaparecerá como ha desaparecido en otras épocas en que incluso el mundo del Islam creó una gran cultura, poesía, ciencia. Los occidentales tendrán que reconocer sus graves errores cometidos en las zonas incendiadas en la actualidad y admitir los horrores de la colonización, la esclavitud y de las múltiples guerras que por codicia han realizado en esas ricas regiones. Y buscar reuniones multilaterales para bajar la tensión y calmar a esa juventud suicida que ve en Occidente un satán despreciable y vive en la miseria y el desprecio permanente sin más ilusión que los falsos paraísos por los que mueren.
Las fuerzas del fanatismo crecen en Europa y las de los nostálgicos del hitlerismo a su vez incrementan su presencia y poder político en todos los países, beneficiándose en río revuelto. Ya graves atentados han afectado a Noruega, Suecia, Dinamarca, Inglaterra, España, con saldo de centenares de muertos. Solo faltaba Francia en el cuadro y el momento llegó. Cuando hacia la medianoche comenzaron a llegar las noticias nos invadió el dolor de saber que la historia había vuelto a atrapar a esta ciudad que sabe desde hace milenios de masacres, guillotinas y guerras sin fin. No es nada nuevo y solo lo habíamos olvidado por unas décadas como si aplazáramos, exorcizáramos en silencio la maldad humana presente en todos los martirizados países del mundo. La guerra está aquí y como era de esperarse, ya llegó a París.
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