Eduardo García A.


Las señoras de otros tiempos tenían un vicio secreto, pues les gustaba visitar pitonisas que leían cartas, tarot, borra del café, líneas de las manos y recibían con citas previas en casas dudosas y modestas, situadas en barrios como San José u Hoyofrío, a donde ellas iban muy bien acompañadas por un hijo o una amiga.
A los hijos mayores les tocaba asistir a sus madres en esas visitas en busca de noticias del futuro o el más allá, pues además temían estar enfermas, tocadas por el cáncer, y sabían que algo andaba mal, pues se veían pálidas y débiles y entonces trataban de conjurar con excelente sentido del humor los asedios de la muerte que se enseñoreaba poco a poco entre las amigas de su generación, a las que la parca prematura empezaba a rondar.
Cuando iban a que les leyeran las cartas ellas trataban de escrutar el futuro, su destino, de saber si el esposo tenía alguna enamorada, si era cierto que la mujer tenía un lunar encima del labio, en la parte izquierda, si la prosperidad continuaría o se desvanecería, si el ascenso económico y social operado en la primera década del Frente Nacional sería sólido o terminaría pronto. Donde las modistas, podían hablar de muchas cosas, pero con las pitonisas abordaban asuntos más íntimos como dudas, temores, extraños acontecimientos, ominosas fuerzas negativas acechantes, enfermedades, secretos, mentiras.
Una mujer de ojos oscuros ronda, un hombre alto con sombrero quiere hacerle mal al esposo, una joven con los labios pintados de rojo y falda floreada está agazapada a la espera, un hijo puede enfermarse, habrá un duelo en la familia, viene dinero en camino, un gasto sorpresivo está en puerta, y así decenas de pequeñas historias eran tratadas en esos gabinetes semioscuros que visitaban una o dos veces al mes, lo que era un secreto entre amigas, porque eso era mal visto y considerado por los hombres como boberías absurdas de mujeres.
Y en eso ellas desobedecían, se apartaban de la impronta de la racionalidad creciente. Las pitonisas recibían en bajos de viejas casas húmedas y decrépitas, siempre modestas y en barrios casi pobres. Mujeres que redondeaban los ingresos, capeaban el desempleo familiar con la lectura del futuro. Cuando una mujer leía las cartas entraba en un dominio poco respetable, campo pagano, peligroso, donde los deslizamientos hacia el mal eran posibles y se aceleraban. Recibir mucha gente en casa, desconocidos o desconocidas, no era bien visto. Tocar en la puerta en esos barrios era riesgo, aventura, osadía, caminar por la cuerda floja. Pero las señoras tenían profunda curiosidad por el futuro o el pasado, sed de respuestas, soñaban, vivían en un mundo animista que provenía desde su infancia en pueblos perdidos de la región, signados por abusos secretos, incestos, lo no dicho, historias ocultas en localidades autistas y cerradas que traspasaron siglos tras la conquista española reproduciéndose bajo el sonido de los campanarios y los sermones en piadosa endogamia que creaba, multiplicaba, transmitía taras, demencias, neurastenias.
La visita a esas pitonisas traía siempre un relente de tristeza, indefinición, incertidumbre. Quienes acudían lo hacían porque deseaban escuchar la revelación de una verdad secreta, la develación de un problema insoluble. Había miedo y riesgo y temor en esos arcanos de la quiromancia y la adivinación, algo del mundo de los gitanos que se aparecían por la ciudad, recorrían sus calles, y luego seguían errantes hacia otro pueblo, mujeres de pañoleta que irrumpían cerca de los mercados y presionaban a los transeúntes para que se dejaran leer las líneas de la mano.
Había muchas historias secretas en las familias y señoras, madres, abuelas de esos tiempos arcaicos cargaban sin duda la incógnita del destino de ancestros desconocidos. Las abuelas de lejanos tiempos habían vivido viudas casi toda la vida vestidas de luto a causa de la muerte prematura de los esposos en guerras y violencias, cargando una tristeza profunda en sus miradas, algo gris, dolores profundos de testigos del horror colombiano de todos los tiempos.
Pero también en la ciudad había otras historias, como las de esas señoras extranjeras de apellidos raros que llegaron a la ciudad con sus esposos e hijos huyendo de las tantas guerras del mundo, como siriolibaneses o armenios, cristianos de Oriente que huyeron de las matanzas y los genocidios que azotaban todo el Oriente Medio, o judíos que huían del ascenso del nazismo y llegaban a esas ciudades lejanas de América, que como Manizales ofrecían un refugio discreto donde iniciar nuevas vidas, olvidar horrores y montar pequeños negocios, lejos de la Noche de los cristales rotos en Alemania practicada por los nazis.
Esas señoras se hacían amigas de las locales a través de las telas, joyas, adornos y lámparas que vendían en sus tiendas situadas en las carreras y calles cercanas a la Catedral y la Plaza de Bolívar. Y conversando en las salas con las modistas o intercambiando revistas de moda, las señoras extranjeras rehacían sus vidas y comunicaban los nuevos estilos requeridos para quedar vestidas como Doris Day, Rita Hayworth, la princesa de Mónaco o Laureen Bacall y también explicaban todo lo referente a los sitios sagrados ortodoxos, maronitas, coptos, judíos y la historia de las antiguas religiones difería bastante de la contada por las abuelas católicas locales en largas tardes de lluvia.
Las historias judías o coptas u ortodoxas les fascinaban y al regresar a casa ellas revisaban las enciclopedias ilustradas para ver mapas e imágenes de grandes palacios de la antigüedad o cuadros donde se representaban las epopeyas bíblicas de aquel tiempo. Las extranjeras, las forasteras también eran ávidas de pitonisas, porque las mismas guerras y dramas signaban a sus familias, la misma parca rondaba desde siempre. Las horas pasaban y las jóvenes esposas de aquel tiempo soñaban en la maravilla del viaje milenario viendo ilustraciones de los grandes palacios de Nínive, Babilonia y Palmira, Jerusalén, Alejandría, Cartago o Tebas. Querían saberlo todo, devorar aquellas historias. Pero nada igual al misterio de las cartas de naipe en la mesa, bajo la luz tenue de la tarde lluviosa.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015