Eduardo García A.


Barba Jacob no fue un mercenario, sino un típico periodista de su época, que trabajaba para diarios representantes de poderes políticos e intereses económicos importantes, pero a la vez variables. En el fondo tuvo afinidades ideológicas y sentimentales con sus empleadores a lo largo de su carrera en México y Centroamérica. Por ejemplo, no simpatizó con la Revolución mexicana, admiró a Porfirio Díaz y tuvo nostalgia de su gobierno de afrancesados, como buen modernista que era. Porfirio Díaz, antes de terminar como un dictador exiliado en París, fue de joven un héroe revolucionario mexicano de los tiempos de Benito Juárez y la Reforma liberal.
Cuando triunfa la Revolución, Barba Jacob, que dirigía y escribía excelentes piezas en los diarios antirevolucionarios El Independiente y Churubusco, tiene que huir del país y salva el pellejo. Luego regresa y trabaja para otros periódicos fugaces como El Demócrata y Cronos que representan intereses contrarios o disidentes de los nuevos poderes inestables surgidos de la Revolución y por eso es expulsado y llevado a la frontera con Guatemala.
Barba Jacob encontró en México un lugar donde pudo desplegar ampliamente su creatividad pese a los avatares políticos, cosa que no era posible en Colombia, donde, por su origen popular y provinciano, su condición sexual y su bohemia, nunca hubiera sido aceptado en el seno de las élites bogotanas y hubiera sido condenado a la más absoluta marginalidad. En México tuvo apoyos importantes que le fueron leales hasta el final como Alfonso Reyes o el poeta Enrique González Martínez, el del “tuércele el cuello al cisne”, quien también le tuvo consideración y decenas de personalidades, como se puede ver en la lista de asistentes al funeral y las fotos del velorio en la calle López. En Colombia no podía hallarse, como no se halló Vargas Vila, como tampoco se halló ese otro gran escritor que fue José Antono Osorio Lizarazo, muy parecido a él en sus exilios y marginalidad.
Como colombiano era leal a ciertas nostalgias y por eso escribía cuando podía sobre Jorge Isaacs o Guillermo Valencia, sobre Bolívar, o sobre ciudades colombianas como Bogotá, Popayán o Manizales, donde estuvo un tiempo invitado por la familia Jaramillo Meza. Por otro lado, por sus lecturas, creo que Barba se consideraba una especie de judío errante y su nombre Barba Jacob muestra esa relación afectiva con la diáspora sefardita y con la figura de ese hombre que va de país en país y de ciudad en ciudad sin llegar jamás a un destino. A él le gustaba esa errancia. No solo de país en país sino de ciudad en ciudad, pues en México iba de un lado para otro, a Monterrey, Guadalajara, Morelia, la frontera norte.
Por desgracia casi todo lo que se ha escrito sobre Barba Jacob es una recopilación de anécdotas que pasan de mano en mano aumentando y variando el menú de las ocurrencias picarescas. Pura chismografía barata de época que llegaba alterada, revisada y aumentada desde México a Colombia y viceversa. Esa leyenda del maldito engominado, el sinvergüenza, homosexual, alcohólico, marihuano, que presta y no paga, viene a dominar al verdadero Barba, que era un hombre de una gran capacidad de trabajo.
Barba Jacob fue tan divertido, variado, ocurrente, mitómano, maniaco, que dio lugar a esa leyenda de opereta agenciada por gente muy menor a él que tuvo el honor de conocerlo. Era difícil y cascarrabias, como me lo dijeron antes de morir Luis Cardoza y Aragón, Renato Leduc y otros ancianos amigos o conocidos suyos. Hay que superar las anécdotas y la leyenda en torno a su figura. Barba no pudo cumplir el sueño de vivir en Europa y fue un periodista pobre y bohemio, un intelectual precario pero orgulloso, que hizo lo que pudo, además luchando con sus enfermedades pulmonares de difícil curación en su época y además estigmatizado por su condición sexual.
Tuve la fortuna trabajar durante tres lustros en el centro histórico de la Ciudad de México donde transcurrió su vida y buena parte de ese lapso antes del terremoto de 1985 que hizo desaparecer muchos lugares frecuentados por él. Viví un año en la calle Regina donde estuvo hospitalizado, y la oficina de la France Presse, en la Torre Latinoamericana quedaba cerca de la calle López donde murió, del Hotel Sevilla y los edificios viejos de los diarios donde colaboró, situados todos en la histórica calle Bucareli. Vistaba mucho el barrio Santa María la Ribera donde le hacían homenajes los amigos.
Pero lo más fascinante es que uno podía en las librerías de viejo o en la calle con libros de su biblioteca: un día encontré uno en la acera frente al Palacio Postal. Un libro subrayado con lápices de diversos colores con su inconfundible letra y además firmado por él, con la fecha en que lo terminó de leer en Monterrey el 26 de diciembre de 1930. La rebeldía contra la civilización de Lothrop Stoddard, un eugenista, publicado por la Revista de Occidente en 1926. ¿Cómo llegó el libro a esa acera en 1996? Ese fue el momento en que más cerca estuve de él.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015