Eduardo García A.


Dice el mexicano José Vasconcelos que "autor que se respeta escribe para ser leído a los cincuenta años de publicado, cuando ya no preocupan lazos de familia ni consideraciones de afecto". No teme entonces publicar las ardientes páginas que dedica en La Tormenta, tercer volumen de sus Memorias, a su amante Adriana, ni solazarse describiendo sus caderas, su cuello, la trenza que un día se cortara en una escena digna de Scott Fitzgerald, cuando se sintió relegada por el joven político de Oaxaca.
La plaga que cae sobre México está conformada a su parecer por todos esos generalotes asesinos que luego se convirtieron en héroes internacionales, pese a la desmesurada acción de sus metrallas y sus pelotones de fusilamiento. Vasconcelos comprende, sin embargo, que la " vileza de las multitudes" no tiene límite y que en carne viva, gozan entregándose al tirano que las amenaza y las humilla. Las masas son como enamorados que pierden la cabeza y así como México se arrodilló ante los héroes de la hemoglobina, Vasconcelos degustó la tiranía erótica de su diva. Sin temor a equivocarnos, podríamos decir que para él su amante Adriana fue una Emiliana Zapata o Panchita Villa del amor y el apasionado Vasconcelos, su víctima.
Las Memorias que escribe en su exilio lo ayudan a exorcizar la maldición de su fracaso. Sus páginas están dominadas por la idea de que la historia se equivoca y que un hombre solo, en su estudio, con la pluma, puede impugnar las sendas equivocadas del destino, burlado por la fuerza de las armas, la violación, el despojo, el asesinato, el fusilamiento y la humillación. Pese a que una nación tome otro destino, el político derrotado puede esgrimir sus razones y despotricar contra la masa insomne y burda que aplaude al tirano de turno. Tardó mucho tiempo en darse cuenta de que las masas eran traicioneras y cobardes. La nación que deseó y amó lo había traicionado. Pero más allá del fracaso político e intelectual, resalta el amoroso.
Adriana, la amante, es una de esas mujeres que no se diluyen con el tiempo, sino que por el contrario, se engrandecen, embrujando a la víctima de sus encantos. Él hubiera deseado poder compartir con ella todos sus días, pero ya era tarde. Vasconcelos pierde a su amante, ella se enamora de otro y lo deja. Arde por ese fracaso y no sabe cuál es peor: si el político o el amoroso. Esta tercera parte de las Memorias, titulada La Tormenta, radica en la fuerza del exorcismo literario. Escribiendo para ser leído dentro de cincuenta o cien años sobre sus luchas y derrotas, se salva en la eternidad. Ya que no puede poseer a Adriana, ésta quedará unida a él en su prosa, condenada a deambular viva y joven, bella e irresistible, a su lado, en los sudorosos lechos de lo que entonces era "pecado" y "adulterio", hablará con ella, la besará, condenada a repetirse en esa eternidad que solo las artes saben dar a los actos cotidianos. Y en ese sentido Vasconcelos triunfó sobre la derrota erótica, al hacer eterna a la amada que lo abandonó. Adriana, como denominó al personaje real que lo inspira, debe su pervivencia a Vasconcelos, así como durante un tiempo Frida Kahlo a Rivera y Tina Modotti a Julio Antonio Mella. Las Memorias se desquitan del país, de la patria que no supo escuchar su voz. En el preámbulo a La Tormenta dice que "Profeta, en el sentido lato, es quien anuncia a los pueblos la verdad y la justicia. Y hay momentos en que el profeta por respeto de sí mismo ha de callar. Pues no se merecen profetas los pueblos que escuchan la verdad y no se apasionan por ella".
Cuando en 1915, José Vasconcelos y el efímero presidente Eulalio Gutiérrez destituyen a Venustiano Carranza, a Pancho Villa y a Emiliano Zapata, están ofreciendo según el exministro de Educación el camino correcto a la nación, tratando de evitar el continuo baño de sangre. Villa fusilaba, desfloraba, condenaba impunemente y su secuaces se ponían los anillos y tomaban las riquezas de quienes despojaban, según él. Para Vasconcelos, Villa era un forajido. A su vez Zapata era un sanguinario. Carranza no se quedaba atrás: con él llegaría a su punto álgido el oficio de matar sin juicio, de despojar sin razones. "La doctrina subterránea del zapatismo era la vuelta de México al indigenismo de Moctezuma", nos dice Vasconcelos. "Elementos culturales para un aztequismo viable no hay uno solo. La suerte de aztequismo que periódicamente renace es el elemento de crueldad que no han podido destruir cuatro siglos de predicación cristiano-hispánica. El teocalli de los sacrificios humanos es la única institución azteca que pervive. Los zapatistas la traían perfeccionada con el uso de la ametralladora y la pistola automática. Sugeridos por la manera como el armamento moderno destroza los cuerpos, los zapatistas habían creado un término para símbolo de sus ejecuciones y venganzas: "quebrar" al enemigo...".
Y continúa el ya delirante y racista Vasconcelos: "De todas maneras, los que con algún destello de conciencia admirábamos a aquellas hordas de salvajes, complementadas y aduladas por la opinión y la sumisión de los débiles de arriba, experimentábamos el efecto de pesadilla azteca, lo que hubiera sido México si de pronto, suspendida a la inmigración española y europea, entregado el país a sus propias fuerzas todavía elementales, los trece millones de indios empezasen a absorber y devorar a los tres o cuatro millones de habitantes con sangre europea".
Nadie quiso escucharlos, porque todos tenían miedo de Pancho Villa y Emiliano Zapata, cree el profeta Vasconcelos, quien se volvería después, en su vejez, afín al ideario nazi y mussoliniano. Don Eulalio Gutiérrez, junto a Vasconcelos y otros leales, huyendo de México juntos por la frontera con Estados Unidos subieron al trono del ridículo. Y así como triunfa en la eternidad, cual Propercio, conviviendo con la diva infiel, cree triunfar él en la posteridad con sobre la nación mexicana traicionera que se regaló a la fracción "bárbara" de la Revolución, despreciando a los revolucionarios "civiles y demócratas". Batallando iracundo por su reivindicación eterna, José Vasconcelos cree haber logrado su cometido. Sus Memorias son el testimonio de un escritor derrotado en las lides de la política corrupta latinoamericana y su voz delirante es de gran actualidad en México.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015