Octavio Escobar vuelve a escribir una novela que se desarrolla en los parajes de su ciudad natal Manizales, cuyas calles y espacios aledaños describe con precisión paisajística y climática. Ningún barrio o rincón conocido de la urbe le es ajena, como los viejos barrios pobres marcados por la historia y el tiempo mirando hacia los precipicios y las zonas donde viven los acomodados en los extremos idílicos, con sus avenidas limpias arboladas y sus casas familiares y modernos conjuntos de edificios exclusivos, lejos, lo más lejos posible de la realidad.
Pero hay otro paisaje que Escobar describe también en Después y antes de Dios, Premio Internacional de novela corta Ciudad de Barbastro 2014, recién editada por la editorial Pre Textos en España: el paisaje humano de una sociedad de estratos, endogámica y cruel, donde dominan el silencio, la omertá, las apariencias, la mentira, el racismo, el arribismo y el clasismo.
En esta pequeña joya narrativa de la novela negra, el autor, que es médico de profesión, va directo al grano para mostrar el vientre corrupto y cancerígeno que hierve dentro del cuerpo citadino de Manizales, bendecido desde hace un siglo por los templos, los secretos y la búsqueda de evitar el qué dirán. Un mundo donde la gente puede estar arruinada pero guarda las apariencias a toda costa y donde muchos notables y políticos tienen lazos con oscuras mafias, porque el dinero es el Dios antes que el propio Dios de las escrituras, tan reivindicado por ellos de palabra y traicionado de facto.
Manizales, que es una ciudad secreta, un extraño mundo lleno de joyas arquitectónicas impensables y desconocidas y paisajes de sueño como pocos a la hora de los amaneceres y los atardeceres, es también un ámbito listo para ser contado y a eso se han aplicado algunos de sus narradores, entre los que se destacan Adalberto Agudelo, Jaime Echeverry, Néstor Gustavo Díaz, Óscar Jurado, Roberto Vélez Correa y Octavio Escobar.
Escobar se ha puesto como tarea describir ese mundo desde la perspectiva del pasado en algunas de sus obras y de la contemporaneidad en otras, o sea esta nueva ciudad que a veces ya está ya más cerca de Miami que de sí misma y donde los dominantes grecolatinos cultivados y estetas que tuvieron otrora el poder, aliados con la Iglesia de otras épocas, fueron reemplazados por temibles politicastros amafiados sin Dios ni ley, cuyo único interés ha sido y es el dinero, los contratos, el clientelismo y la corrupción que tanto denunció en su columnas Orlando Sierra Hernández, lo que le costó la vida, truncándose así la voz de un gran talento de nuestra generación.
Como es una novela negra con intriga y secretos, no les voy a contar lo que pasa en la última narración de Octavio Escobar, pero sí puedo destacar la maestría suya en definir los personajes de esas dos mujeres enamoradas, la doctora fea de buena familia y la muchacha de Riosucio de la que se enamora, que recorren la obra casi de punta a punta y viven aventuras terribles dignas de un road movie hollywodense, con escenas de horror, pasión y sangre. Caracteres y cuerpos muy bien descritos los de estas mujeres, así como los de los hombres tenebrosos que las circundan, como ese tío mafioso o el play boy de gafas oscuras que maneja a toda velocidad por la carretera que sube a Letras, pasa por Delagaditas y se escapa de la zona como en una película. En esta novela ya no estamos en una Manizales perfumada, retorcida y santificada, sino en la Manizales del siglo XXI, tan terrible como todo el país, donde nadie sabe ya quién es quién ni dónde están los límites entre la honradez y el crimen, la decencia o la delincuencia de todo pelambre.
El novelista no debe tener miedo a decir la verdad. El novelista es el médico de la sociedad que abre los vientres con el bisturí y revela los tumores y las vísceras del mal. Así hicieron Balzac, Flaubert y Maupassant en su tiempo, Dos Passos, Faulkner y Truman Capote en el suyo. Y el novelista Octavio Escobar ha mostrado algunos de los tumores malolientes de su querida ciudad. Manizales ya ha sido y es tema de novela y lo seguirá siendo desde los tiempos de José Naranjo, Iván Cocherín y José Vélez Sáenz, entre otros, y lo seguirá siendo, porque apenas ahora comienza a destaparse esa necesaria cloaca de donde salen las grandes novelas y los relatos de una generación. Y eso después y antes de Dios, como dice el título de esta novela corta que se lee de un tirón porque ahí no sobra ni falta ninguna palabra.
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