Alvaro Segura

El miércoles pasado se celebró el día internacional del perro, ese gran amigo del hombre que lo ha acompañado toda la vida, demostrándole fidelidad, amor, entrega e incondicionalidad, entre tantas otras virtudes, sin importar las comodidades o adversidades en las que se viva. El perro siempre estará ahí, dispuesto y atento a su dueño, con hambre o sin ella, para demostrarle cariño y afecto, sea en la mañana, en la tarde, en la noche o de amanecida, e incluso cuando es maltratado o ignorado.
Y justo ese día salieron como de la nada para dañar la celebración, o buscando quizás robarse el protagonismo de los canes, dos rabiosos políticos internacionales que con sus actuaciones opacaron esa celebración. Nicolás Maduro y Donald Trump, el primero Presidente de Venezuela, y el segundo candidato a la Presidencia de Estados Unidos, demuestran que son la antítesis de la racionalidad.
Maduro, que de su apellido no tiene nada, es un tirano inflado de poder que ante su incapacidad de gobernar un país, pero sobre todo de recomponer un régimen que como el chavismo nació chueco porque está tan untado de mafia como de guerrilla, la cogió ese día (siguió) contra los colombianos que habitan en la frontera de esa nación con la nuestra que porque son la causa de la violencia y de los males que agobian a 30 millones de venezolanos. Como si los centenares de mujeres y de niños expulsados que atravesaron el río Táchira tratando de salvar algo de sus pertenencias tuvieran la capacidad de luchar, sin armas, contra los forajidos abusadores de la Guardia Venezolana y del ejército del hermano país.
Y como suele suceder en los regímenes pobres, que como el de Venezuela mantiene dominado a gran parte del pueblo con sus políticas asistencialistas mientras la crisis por falta de alimentos aumenta, al igual que crecen la inseguridad, los homicidios, los robos, la corrupción, los despojos, el costo de vida y la imbecilidad de sus dirigentes, Maduro, el clon dañado de Hugo Chávez, pretende convertir a nuestra nación y a los cientos de miles de colombianos que desde hace años y recientemente viven allá, en el chivo expiatorio de sus desaciertos y de su insostenible ignorancia.
Ahí pasa algo muy extraño. ¿Por qué Maduro reacciona de un momento a otro, en el momento de más baja popularidad de su cuestionado gobierno, ad portas de unas decisivas elecciones y acusa a la oligarquía colombiana de ser la promotora de violencia y del paramilitarismo allí? No es más que una cortina de humo para establecer medidas de excepción que extendió por varios meses y que le permiten a su régimen hacer lo que quiera sin tener que consultar a ninguna otra autoridad intermediaria así de su cuerda política.
Y qué tal las actuaciones de Donald Trump, el millonario precandidato republicano a la presidencia de Estados Unidos quien con propuestas xenófobas contra los millones de inmigrantes ilegales que viven en esa poderosa nación, pero muy especialmente contra los hispanos, encabeza las encuestas de preferencia entre los de su partido. Sí, el mismo al que ante una pregunta del periodista Jorge Ramos para que aclare esa absurda propuesta de expulsión de personas, ordena a sus guardaespaldas que lo retiren del recinto donde se adelantaba la rueda de prensa.
Del uno al otro no hay muchas diferencias internas. Quizás las hay en el color de la piel, el peinado y en sus acompañantes, pero de resto son autoritarios, groseros, altaneros, impositivos, en fin, como tantos políticos que creen que las razones se imponen a la fuerza.
Qué pesar de los perros, de las mascotas para ser más claros y no confundir, que hubieran podido tener una mejor celebración de no ser porque por estos personajes la atención nacional e internacional se centró en los abusos que ambos cometen y que terminan justificando como acciones necesarias. Claro que también en esto del mejor amigo del hombre se ven diferencias abismales pues hay perros que viven como reyes y son más importantes para sus amos que los niños abandonados, desplazados y repatriados. O están los canes famélicos que solo se alimentan de sobras y no del concentrado proteínico que les ayuda a cuidar su pelaje y no les afecta el estómago. Definitivamente en esta vida como en la política es muy difícil acertar y menos cuando nos movemos entre tanto perro rabioso.
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