Orlando Cadavid


Debe estar revolviéndose en su tumba, en el jardín-cementerio Campos de Paz, de Medellín, el médico Héctor Ramírez Bedoya -el historiador por antonomasia de la irrepetible Sonora Matancera- con todas las mezquindades que le están atribuyendo los libretistas del culebrón de televisión que pretende biografiar la vida de la memorable guarachera cubana Celia Cruz, porque vienen presentando a su esposo, el finado trompetista Pedro Knight, como un hombre maltratador, mujeriego empedernido que, a su lado, haría ver al gran seductor Casanova como un insignificante dragoneante de policía.
Esta parrafada del anestesiólogo paisa -tomada al desgaire del primero de sus cinco libros sobre la ‘Historia de la Sonora Matancera y sus estrellas’-deja sin soporte las calumnias que transmite noche a noche la pantalla plana:
Cuando vivían Celia y Pedro en el barrio neoyorquino Cambria Heights se llevaban estupendamente bien. Nunca discutían. Preferían dialogar. Eran esposos, amigos y socios. El mutuo respeto y el diálogo eran la clave de su estrecha y perdurable unión que duró 40 años. Su mayor frustración fue no haber tenido hijos. Solían pasar vacaciones en enero en las Islas Canarias o en Hawai. Ella afirmaba con frecuencia: “La Sonora me lo dio todo. Primero me hizo famosa en todo el mundo y después me dio mi Cabecita de Algodón”, en referencia a su esposo Knight, el auriga de su rutilante carrera musical.
El doctor Ramírez, quien murió 15 de febrero de 2013, en la Clínica Soma, una semana después de haber rodado por las escaleras de su biblioteca, en su natal Medellín, era considerado por el propio director del famoso conjunto cubano, Rogelio Martínez, como el hombre que más sabía en el mundo sobre la Sonora. Su mística lo llevó a fundar, presidir y sostener un Club de Admiradores de la Matancera muy reputado en todas las Américas. En broma, sus amigos le decían que “era un médico ‘enfermo’ por la Sonora”.
Apoyándonos en su rica bibliografía, elegimos para este Contraplano algunos momentos clave en la vida de la irrepetible artista cubana:
Rumbo al exilio: Llegó la fecha de la partida de su amada Cuba, el viernes 15 de julio de 1960. Estaba primero el futuro económico que a Dios gracias le deparaba la música, que un incierto bienestar que prometía la revolución instaurada. Celia se sumó al nutrido grupo de artistas cubanos en el exilio. A los tres meses (en octubre) el nuevo gobierno de Cuba le cancela su pasaporte por no haber regresado a la isla en el tiempo reglamentario.
La muerte de su mamá. En el Teatro Puerto Rico, de Nueva York, en una gala espectacular, el viernes 6 de abril de 1962, en la que alternaba con Lucho Gatica y Armando Manzanero, antes de salir al escenario, alguien le dio la noticia fatal de la muerte de su madre, en La Habana. Prorrumpió en llanto y la oscuridad cubrió su alma. Dramático momento. Pasados unos minutos, mostró gran entereza de carácter. Pidió que el público no se enterara de la noticia. Y cuando le tocó el turno, salió en medio de aplausos a interpretar “Me voy a Pinar del Río”, (“de mi madre la tierra natal”), como un homenaje póstumo a su fallecida progenitora.
¡Le exigieron visa! La pena por la muerte de su madre se convirtió en tragedia, cuando quiso regresar a su país para asistir al funeral y el gobierno castrista no le facilitó la visa. Acertadamente dijo que no la precisaba, porque Cuba era su país natal. De todos modos le fue imposible cristalizar su deseo. Toda la vida la taladró este recuerdo.
El matrimonio. Ante la ausencia de su madre, Celia piensa de modo reposado pero real en su futuro sentimental, llevaba varios años de novia de Pedro Knight. ¿Por qué no casarse ahora? Pedro desde hace rato era su segunda sombra. Es jovial, caballeroso, sincero y la ama. Por el rito civil se unen sus destinos al sábado 14 de julio de 1962, en Nueva York. (El trompeta venía de dos matrimonios y seis hijos, en su pasado cubano, a los que Celia no les dio importancia).
Los cuatro millones de dólares que les dejó a sus herederos la inolvidable cantante cubana desencadenaron una serie de confrontaciones en los estrados judiciales neoyorquinos. Jamás se imaginó la Reina Rumba que por la ambición y la envidia confrontarían como fieras heridas sus seres más queridos.
La apostilla: Sostenía el médico Ramírez que Celia Cruz, como una gran mayoría de los seres humanos, no pensaba en la muerte, pero esperaba que cuando llegara la inexorable cita, deseaba que su epitafio rezara así: “Aquí yace una que no quería morirse”.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015