Orlando Cadavid


Genio de la pluma y el pincel, este polifacético Obregón paisa se llama Elkin y tiene una inclinación bien sui géneris: Es amigo de levantarle la falda a las pequeñas historias de la literatura a ver qué tienen o qué ocultan por debajo.
En su columna ‘Caído del zarzo’, este colaborador de ‘Universo Centro’, un arquetipo de la prensa alternativa de la Bella Villa, se deja venir con una deliciosa serie de inexistencias, en el campo literario, producto de su invencible poder investigativo. Su talento le permite mantener en funcionamiento su singular detector de verdades.
Para la muestra, un primer botón que pone en evidencia a Pombo, el gran poeta bogotano:
“A los ciento tres años de la muerte de Rafael Pombo, casi todos los elogios apuntan a los versos infantiles. Versos que en rigor no son suyos, simplemente los tradujo del inglés y hasta creo que por encargo. Sus versiones son estupendas, pero son eso, versiones. Por cierto, fue además un gran traductor de poetas ingleses, franceses, norteamericanos e italianos. Todo se nos que va en alabar a Simón el bobito. En realidad se llama Simple Simón. Y así, los demás”.
El maestro Obregón -que parece un vivo retrato de Don Quijote de la Mancha emanado del lápiz del genial lustrador Gustavo Doré- es traductor, caricaturista y pintor, oficios que desempeña cual gran lobo solitario en el apartamento en el que nació hace 76 años, en el Barrio Prado, en el ombligo de Medellín. En el segmento que sigue se mete en el territorio de otro grande de las letras colombianas:
“Muchos caen en eso, pero no escribió Jorge Isaacs una novela llamada La María. Se llama así, con artículo adelante, un hospital para tuberculosos en Medellín. El nombre, sospecha uno, se inspiró en la heroína de Isaacs, cuya muerte la leyenda popular la atribuyó a ese mal. No lo dice el libro, sin embargo, donde no se especifica la enfermedad que consumió a la dulce judía, novia de Efraín y, en algún momento, de toda América. Me incluyo”.
Deja tranquilo al autor de La María y se ocupa de uno de los versos más famosos del poeta León e Greiff:
“Todo vale nada y el resto vale menos”, recitan los jubilados en sus bares y cafés, al calor del anís de Legris (el bardo paisa), citando a De Greiff. Nunca escribió esto el cantor de Bolombolo. “Todo no vale nada si el resto vale menos”, se lee en su poema Balada de la fórmula definitiva y paradojal, dedicado a Jovica y a Tisaza, compañeros panidas”.
Redondea así, con este popurrí, sus inexistencias este genio de la ‘averiguática’ que apasionó, en vida, a sus inventores Roberto Cadavid Misas, Argos, y Jorge Franco Vélez:
“Aunque se lee algo parecido, “Ladran, Sancho, señal de que cabalgamos” no aparece en El Quijote… Ni aparece “Elemental, mi querido Watson”, en los relatos de Sherlock Holmes, como tampoco se describe al genial detective ataviado con la gorra de caza escocesa a cuadros que luego le han adjudicado ilustradores y cineastas”.
Y a manera de colofón, trae esta anécdota que lo retrata como un buen perdedor:
“Después de estas inexistencias, una existencia. Hace unos años le aposté a una amiga cinco mil pesos (de los de antes) que Borges no era el autor de esto: “Me duele una mujer en todo el cuerpo”, verso tan lamentable como antiborgiano. Perdí la apuesta. Sí, Borges lo cometió. También se mueren los médicos”.
La apostilla: El periodista Juan Manuel Arias le preguntó al maestro Obregón ¿de qué vive ahora, sin puesto en un periódico, como caricaturista, ni en la editorial Norma, como traductor, ni de productor fonográfico de bambucos y pasillos de su desaparecido sello Aburrá? Respuesta cargada de buen humor: “Atraco un banco cada quince días”.
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