La celebración de la resurrección en la Iglesia Católica y Cristiana tiene un aporte muy grande para la historia de la humanidad. Postula una nueva realidad después de la muerte. La muerte no tiene la última palabra y la vida se sobrepone. Ese es el gran sentido de la resurrección, es la dinámica del amor de Dios puesto en movimiento, para que haya vida y la haya en abundancia.

Pero paralelamente a este mensaje de vida, está un profundo sentimiento de esperanza. Una apertura hacia el futuro con alegría y optimismo. Y este ingrediente sí que nos falta en nuestra vidas, que muchas veces permitimos que se vea empañada por lo malo, lo triste, el sufrimiento, lo doloroso… La invitación es cambiar de lentes, es ver la realidad con una esperanza que permita construir nuevas realidades donde lo humano tenga esplendor por estar encaminado hacia el amor de Dios.

Hay que dejar que las palabras del Evangelio del día de hoy nos resuenen en el interior: “¿Por qué buscan ustedes entre los muertos al que está vivo?”. La respuesta está en que pensamos que la muerte es la última palabra y no la vida. Como Cristianos tenemos la hermosa tarea de sembrar esperanza allí donde hay tristeza, sembrar optimismo donde se impone el pesimismo.

La tarea concreta puede iniciar con un sencilla sonrisa que le regalemos a nuestros compañeros de trabajo, a nuestros familiares en esta semana de Pascua. Y dejar que esa sonrisa nos acerque a los demás, y allí las dinámicas de la solidaridad, del amor, del compromiso, se comienzan a desatar. Para que no nos quedemos en una tumba vacía, sino que pasemos a sentir la fuerza del Resucitado en nuestros corazones.