Luis F. Gómez


Las decisiones de la Corte Constitucional en temas de gran trascendencia social han llenado el espacio que el Congreso de la República ha dejado vacío. La Corte, a través de las sentencias, ha decidido legislar y lo ha hecho. Este fue el caso, por ejemplo, de la despenalización del aborto para algunos casos. Ahora, con motivo de la demanda que pesaba sobre el código de infancia, prefirió exhortar al Congreso para que legisle sobre la adopción de niños por parte de parejas compuestas por personas de un mismo sexo. Pues bien, aquí hay dos temas que toca la fibra de una sociedad: la defensa del derecho a la vida allí donde es más vulnerable y la adaptación de las instituciones sociales a las nuevas arquitecturas familiares y de convivencia.
Estos temas, por su profunda trascendencia en la estructura social, deben ser analizados por el legislador, abriendo un amplio debate donde todos los actores sociales puedan compartir sus percepciones y reflexiones. La construcción de la nueva sociedad debe pasar por un acuerdo amplio de la sociedad, pues son temas que son realmente muy sensibles. Y el escenario de nuestra democracia es el Congreso. Pero la verdad es que los congresistas han sido muy flojos para asumir esta responsabilidad que le corresponde al legislativo. Han estado por debajo de las exigencias sociales.
La Iglesia en ambos casos ha sido clara y expresado su opinión. Y ha sido firme, aportando su mirada desde sus paradigmas y principios. A su vez, colectivos de las nuevas arquitecturas sociales han sido muy asiduos en la discusión pública con la presentación de sus argumentos y sensibilidades. Todo ello ha enriquecido los debates. La Corte Constitucional, dentro de los insumos para toma de decisiones, ha hecho consultas a distintas universidades que han aportado desde su saber especializado, y también desde sus posiciones axiológicas. El debate en los medios de comunicación sobre uno de los conceptos remitidos por profesores de la Universidad de la Sabana, que sorpresivamente habla de la homosexualidad como enfermedad, cuando ya hace tiempo había sido retirada por organismos internacionales de tal lista, ha dejado sobre el tapete las diversas miradas que puede haber sobre un mismo tema.
Este ejercicio es fundamental en democracia, la discusión abierta y respetuosa de los actores sociales sobre los temas de gran trascendencia es vital para poder construir consensos comunes con legitimidad. Pues bien, el Congreso no ha sido capaz. La falta de voluntad política y de compromiso de los legisladores con la sociedad ha sido grave. Han decidido en muchos de los temas espinosos meter la cabeza bajo tierra, como los avestruces.
Hay muchos temas en nuestra sociedad que implican tensiones muy fuertes y serias entre los distintos interesados, como país tendremos que ir madurando mucho, para mantenernos en la línea de la discusión con argumentos y no con posiciones descalificadoras de los que piensan distinto. De esta manera lograremos ir reconstruyendo nuestro país, permitiendo que muchos más que tradicionalmente han sido excluidos y que han sido invisibilizados en el debate público, puedan ser tenidos en cuenta, que todos y todas tengan la posibilidad de tomar la palabra y ser escuchados.
El Congreso debe asumir con seriedad su papel en el marco del sistema político que le da la Constitución y no pasar agachado en temas tan sensibles para la vida social.
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