Luis F. Gómez


Luego de la negativa del plebiscito de apoyo a los acuerdos de La Habana, se han dado diversas muestras simbólicas de apoyo al proceso de paz. Los candeleros y velas, de la semana antepasada; y el gran tapete blanco de la plaza de Bolívar en la capital la semana pasada. Ambos gestos correspondieron a iniciativas de jóvenes, universitarios, miembros de organizaciones no gubernamentales, en pocas palabras, actores sociales independientes. Seguramente estos si no son financiados por los grupos empresariales o financieros que metieron dinero en las campañas del plebiscito, y por ello cobran toda la importancia por reafirmarse en proceso natural de los actores sociales.
La fuerza simbólica toma ímpetu cuando es producto de la gesta social. Y genera unos imaginarios colectivos que el país necesita para cohesionar los grandes consensos nacionales sobre el camino a seguir para construir la tan anhelada paz estable y duradera. Años de conflicto generaron muchos imaginarios compartidos por los colombianos, que hay que modificar. Estamos en un proceso que requerirá un verdadero cambio de cultura de guerra y violencia por una cultura de diálogo y reconciliación.
Las conversaciones que el Gobierno está adelantando con distintos representantes de las diversas tendencias políticas hay que acompañarlas con una presión social alta, pues si bien los temas puntuales y técnicos deben ser estudiados por comités especializados, el mandato de propiciar las condiciones viables para la construcción de la paz es un mandato que nace de los corazones de los colombianos. Todos, los del “sí” y los del “no”, han manifestado su compromiso por la paz.
La buena noticia sobre el inicio próximo de las negociaciones con el Ejército de Liberación Nacional, Eln, es también otro signo de los tiempos. La violencia la deseamos dejar atrás. El toque característico del Eln en todos los intentos de conversaciones ha sido que el diálogo se debe dar con una amplia participación ciudadana. En este sentido, es bastante distinto al de las Farc. Y seguramente podrá ser complementario en este esfuerzo de concebir la nueva hoja de ruta para el país. Para algunos el riesgo es de abrir de nuevo el tema de una Asamblea Nacional Constituyente, que implica potencialmente “barajar y dar de nuevo” en materia de la Carta Fundamental en nuestro país. El proceso de paz con el Eln hay, pues, que asumirlo con cautela, pero con mucha esperanza.
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