Luis F. Gómez


Religión y política ha sido una combinación muy compleja de manejar. Y que nos hace pensar en cuál es el papel de las religiones en una democracia, máxime cuando los Estados se han declarado laicos y por lo tanto no confesionales. La coexistencia no siempre ha sido tranquila, en no pocos casos ha sido verdadera irrupción, y aún con características de manipulación. Igualmente, algunos funcionarios públicos no han sabido separar sus creencias de sus obligaciones al ejercer sus funciones.
Frente a esta tensión hay dos posiciones extremas que van desde la que declara la existencia de Estados teocráticos, donde lo religioso se impone como poder oficial, imaginémonos por ejemplo Irán. Y la que expresa que las religiones son un asunto personal y que no tiene nada que manifestar en público, como los países comunistas, ejemplo directo: China. Ambas visiones son claramente complicadas. Una por unificar órdenes de diferente nivel y otra, sencillamente por negar los vasos comunicantes que existen entre ambas realidades.
Hoy, cuando temas como las nuevas arquitecturas familiares, la interrupción voluntaria de los embarazos, el final de la vida, la educación de las nuevas generaciones, comienzan a polarizar posiciones, se hace necesario poner esta tensión en un horizonte. O cuando el procurador confunde con facilidad sus funciones públicas con sus deseos y afinidades religiosas. O cuando los cristianos dicen que quieren “salir del closet” y poner su voz en la plaza pública. O cuando muchas religiones protestantes hacen proselitismo político con candidatos a corporaciones públicas. O cuando desde los púlpitos algunos sacerdotes hacen campaña política. ¡Hay muchos traslapes posibles!
Lo más propio de las sociedades democráticas es su pluralismo. Las religiones ya no son en los países democráticos la fuente de cohesión social única ni completa. Esto no solo indica que se cuenta con una pluralidad de proyectos de vida, perspectivas culturales, sino que en democracia se está obligado a vivir con respeto con personas cuyo modo de vida no necesariamente se comparte.
El primer reto es con sus propios creyentes: el discurso religioso debe promover no solo la tolerancia, sino ir más allá hacia la solidaridad. El discurso religioso debe abrir los horizontes de la solidaridad, la tolerancia y el respeto.
El segundo reto es con la sociedad. En el espacio democrático, los discursos religiosos deben aceptar el desafío del diálogo razonable: cada quien tiene el derecho y el deber de presentar sus posturas y convicciones, pero sabiendo que el espacio político se construye con otros y que los argumentos que priman son los del respeto, el bien común y el acuerdo político consignado en la Constitución. Las religiones no pueden buscar imponer su ética de máximos a toda la sociedad, la intolerancia propia de los fundamentalismos es muy peligrosa porque excluye e hiere. Y al contrario, vivir las diferencias puede ser una gran riqueza para todos como sociedad.
La religión debe ser muy respetuosa de los acuerdos sociales, no puede pasar por encima de ellos, debe respetarlos. Excepcionalmente, la objeción de conciencia y de desobediencia civil que permiten una válvula de rescate para los ciudadanos, pero solo en casos excepcionales.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015