Carolina Martínez


Me da pesar que la última vez que nos vimos constataste mi locura.
Pesar de mí porque hice todo lo posible para que no te dieras cuenta, y de ti, porque seguro que sufriste, en silencio. Ahora sé que a nadie le contaste.
Cuando te fuiste a vivir a Manizales, unos seis meses antes de tu partida hacia la eternidad, me fui a conocer tu nuevo apartamento en tu ciudad del alma. La idea era irme con Poncho mi sobrino, en carro, y devolverme sola en un taxi de Tax La Feria. Muy normal. Pero para mí no. Así y todo, por el amor que te tengo allá llegué, y allá me quedé cuando Poncho se devolvió. A los pocos días llegó el momento de irme y me fuiste a llevar a la terminal de buses de Manizales. Todo bien.
No, que ya los taxis no existen, nos dice el señor de los pasajes, ahora hay Vans… y ahí empezó todo.
¡Ay no! yo en bus sin ventanas no me voy. Y se evidenció lo que tú ya sabías: fuera de que no monto en avión, en bus tampoco. Idiotez, retraso mental, locura, insensatez, cuántas cosas habrás pensado tú, que soñabas con atravesar cielos y mares, qué pena habrás sentido por tu niña loca. Hasta querías llevarme a Bogotá en tu carro, lo que también era una locura.
Me compraste el pasaje en una Van de esas para 11 personas. Cuando fuimos a verla el conductor nos dijo que el puesto de adelante ya estaba reservado. Y atrás no abrían las ventanas. Con paciencia infinita me llevaste a ver Vans de otras empresas hasta que encontramos una que aún estaba libre adelante, pero salía en tres horas. Con tu amorosa calma dijiste que en mi compañía se pasarían volando y me compraste otro pasaje. Por fin arranca la Van esa, y saliendo de la terminal una muchacha joven nos hace señas para que paremos. Al chofer le parecerá divina, pensé yo en el momento en que él le ofrecía sentarse en la mitad y ella angustiada repetía que tenía que llegar urgente a Mariquita para encontrar a su hijito. Muy atrevida preguntó si podía irse en la ventana porque se mareaba. Yo también, le dije, y lo peor es que no aviso. Y le ofrecí uno de mis mareoles. Muchas gracias, yo nunca tomo de eso pero me sirve.
Se acomoda y empieza a contarnos que a su bebé de tres años se lo llevó el papá, y de pronto se le enreda la lengua y cae de jeta contra la cremallera del pantalón del tipo. Se levanta, lo mira, y él, enternecido, le ofrece su hombro. Ella sonríe tontamente, acepta, queda fundida, y en cada curva le caía a él o a mí. Yo quería reírme con el tipo, pero él serio, y antes de que le fuera a hablar prendió el radio y sintonizó una emisora en la que le mandaban mensajes a los radioescuchas: Alerrrta, para la señora Vanesa, que en la plaza de Fresno la espera la suegra y que no se vaya para Mariquita porque el papá del niño está como loco. Por favor, si alguien puede comunicarse con Vanesa, que se baje en Fresno que ahí está su hijo.
¿Y si ella era Vanesa? Estábamos en Fresno. Le echamos hasta agua en la cara y fue imposible despertarla. Abría los ojos, y de nuevo sonreía y se arrunchaba.
Cómo nos hubiéramos reído tú y yo. Pero sin ti era una tragedia. La Vanesa ya me tenía mareada, atrás en esa Van empezaron a pedir bolsa y ya no aguanté más y me bajé en Mariquita. De allá te llamé y te dije que todo iba perfecto y que en tres horitas llegaríamos a Bogotá. Cómo te iba yo a decir que ni siquiera pude llegar sola a mi casa. Por suerte, en mi vida hay otro hombre que me protege, con el que vivo en Bogotá, y lo llamé y fue por mí y me llevó de vuelta a casa.
Me contó mi mamá, después de tu partida, que ese nuestro último día, cuando regresaste ella te preguntó el motivo de la demora y le dijiste que porque el bus no salía.
Ahora yo estoy en casa, y tú en la tuya, que es mi pobre corazón. La Vanesa quién sabe a dónde fue a parar en la Van esa.
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