Carolina Martínez


Pues muchas gracias a los lectores que hasta escribieron para darme la bienvenida a estas páginas ¡Mucha gracia! Ya me habían aguantado bastante desde el 2008 cuando escribí mi primera columna en LA PATRIA.
Ahora me siento igual de primípara pero con menos ganas de hablar de temas que no me gustan, como la política. O la corrupción, que es lo mismo, como lo son los contratos y las coimas, los sobornos y las obras públicas, toda esa vaina es lo mismo y nunca pasa nada distinto a que son siempre los mismos. A excepción de un hombre costeño al que le importan los pobres porque fue pobre. Pero no voy a decir su nombre porque pierdo seguidores, y estoy es por ganarlos…
Pero como en mi escrito de hace ocho días prometí ser sincera como Pablo Mejía, lo que sí voy a decir es que desde hace como dos años que dejé de escribir aquí me volví vieja. Acá no volverán a encontrar columnas mías como esa, más vieja que yo, que se llamó “Fumo luego existo”. Aunque fumo todavía, pero lo odio. Una gripa se me convirtió en bronquitis crónica y estoy a un paso del EPOC. Porque así es casi todo cuando llegan los años: una cosa lleva a la otra y esta otra a la muerte. Aunque vivo todavía, pero fumando. Lo dejé quince días durante la enfermedad pero ya me curé y ya no fumo luego existo, sino fumo si es que existo. Y lo que despotriqué de la prohibición de fumar en bares y conciertos tampoco me importa: ya no voy. Si alguna vez les conté que no podía tomar trago por cierta afección al hígado tampoco es así ahora. El hígado lo cambié por los pulmones y el no por el sí y el sí por el no. Hoy en día cuando quiero emborracharme me emborracho y cuando quiero fumar fumo, aunque odie hacerlo. Y no trabajo para nadie. Ya no habrá más columnas sobre trabajar en oficinas ni del tenebroso tráfico de Bogotá, pues ahora vivo en el campo. Ya no escribo desde allá, sino desde aquí, con mis perritas y gaticos, árboles, río, piscina y aire puro para que no todo sea humo. Ni escribo de noche, como también conté hace tiempo que lo hacía, ahora es de día, a las doce del día, para no salir al sol a esta hora que hace daño. Casi tanto como acostarse tarde.
Y es que el sol antes no era peligroso, ni el trasnocho, ni una gripa, ni las noches. El cigarrillo tampoco. Tengo mucha información y quisiera volver a ser joven y no saber que tenía hígado ni pulmones. A los cincuenta se sabe demasiado.
Ahora sé que me arrepiento de muchas cosas que hice, de las que no hice no me arrepiento. También hice demasiado. No es fácil decirlo, pero prometí aquí la verdad siempre. Y siempre es que da pena decir que me arrepiento; pero si no hubiera sido tan bruta no hubiera aprendido a fumar, ni a trasnochar ni a envidiar. Y es que a mí chiquita lo que me mató fue la envidia: de ser grande y que un hombre me amara. Pero tampoco soy ya “Carolina Enamorada” como escribí en una columna de hace años, soy más bien Carolina Calmada, y ya no me arrollan las pasiones como antes. Amo sí, más, pero distinto.
Así es que los lectores que esperan a una Carolina Alborotada, la verdad de una vez, aunque los pierda, es mejor que no la esperen. Me envejecí y tengo miedo. Hasta de decir el nombre del único político al que le creo.
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