Carolina Martínez


Parece que es verdad que te fuiste para siempre el pasado 21 de diciembre y que esto no es una larga y negra pesadilla.
No me acuerdo si te escribí antes, no recuerdo nada, y no soy capaz de tomarme el trabajo de averiguar. Solo me acuerdo de ti. De tu risa, de tu nombre, tu voz y tu olor y tus ojos y tus manos. Si pudiera encontrar tus pañuelos arrullaría mis lágrimas en ellos. ¡Yo estoy segura que me los traje! Creo que los empaqué con tus libros de poemas, las cartas y tus sacos…
Todo lo quise para mí. Todo lo que alguna vez tocaste o miraste o leyeron tus ojos, todo lo que quisiste o te gustó lo quiero mío, y aquí lo tengo. En Manizales dejé una cajita de madera con tus cenizas y se quedó también mi mami; suficiente para dejarte allá donde fueron tan felices. Yo tuve que volver a Bogotá, a tratar de vivir lo que antes fue mi vida. Y ahora oigo tus discos en tu equipo, manejo tu carrito y me tomo tu vino francés. Mira que es cierto ese eslogan que nos hizo reír tanto, de un whisky fino que dice que si no se lo toma usted sus herederos lo harán. Y no te tomaste tú el vinito gran reserva y ahora me lo tomo yo, que lo heredé de ti como tu amor y tu esencia. (No cambiaría ninguno por un papá que me dejara rica).
Ahora nos encontraremos aquí, quincenalmente, desde Bogotá te escribiré. Creo que antes en estas páginas hubo columnas mías que le arrancaron a la gente una sonrisa, pero no me acuerdo. Solo recuerdo la felicidad a tu lado, cuando en cualquier situación, con mirarnos, entendíamos tú y yo la gracia de la vida y no podíamos evitar "totiarnos" de la risa.
El dos de febrero, en Bogotá, en la bella misa de tu cumpleaños 76, el curita habló de ti como si te conociera. Tu hermano Humberto es su amigo -o su monaguillo, creo- y le había dicho toda la verdad sobre ti. El padre, durante el sermón y con inspiración, nos dijo que debíamos aprender las tres cosas que fue Jorge Martínez: el hombre que amó, el hombre generoso y el hombre feliz. Y nos contó un cuento de tres escaladores del Everest que se estutanaron antes de alcanzar la cima. Llegó el primero ante San Pedro y éste le preguntó en qué pensó durante su caída, y él dijo, en el dolor, de mi esposa, de mis hijos, de mis padres y amigos por mi muerte. Siga al cielo, le dijo San Pedro. Llegó el siguiente y a la misma pregunta respondió que se había arrepentido de su pasado y estaba a punto de pedir perdón cuando cayó. San Pedro le dijo usted no entra. Llegó el tercero, y le explicó, a mí me da pena, pero la verdad solo pensé que no había volado antes y abrí mis brazos y volé. Usted entra, le dijo, si pudo gozarse la vida hasta el último instante, podrá disfrutar también del reino de los cielos y la eternidad.
En Manizales mi mamá y mis hermanas invitaron a otra misa por tu cumple. ¡Ja! Te dará risa, a mejores cosas lo invitan a uno, tú hubieras hecho como hace un año, celebración de 75 con paella y vino y fiesta. Pero aunque no era rumba fueron varios de tus amigos, a los que tanto amaste sin interés, de corazón, de alma, como todo lo tuyo. Y la misa fue bonita, me contó mi hermana Ana María, a pesar de que el padre no dijo mucho sobre ti en esta oportunidad, como sí lo hizo el otro que ofició hace poco la misa por un mes de tu ausencia. ¿Y a ese quién le dijo tantas cosas? Le pregunté. Muy seria me contestó: tenía más información, pues confesó a mi mami antes de la misa…
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