Flavio Restrepo Gómez


Nuestro país vive una situación difícil y enredada. Los políticos están de fiesta. Ellos han convertido la cotidianidad en un aquelarre, con fabulosos dividendos. Se apoderan del poder de los municipios, las ciudades, las regiones, los departamentos. El país entero, manejado por la policlase, esa organización vetusta y poderosa, que maneja todos los hilos del poder, la misma que convirtió nuestra Patria en un pozo séptico.
Es que los políticos, con contadísimas excepciones que hacen regla, son los más corruptos entre todos los que habitamos este país. Ellos no están allí, ocupando sus puestos, por sus méritos o su dignidad. Ellos han llegado a tener el poder, después de mucha triquiñuela y trapisonda, porque los políticos en general son muy tramposos, muy bandidos, muy sin vergüenzas, descaradamente cínicos. En fin, una verdadera horda de truhanes manejando la Cosa Pública y haciendo el país como les viene en gana, de modo que puedan lucrarse ilimitadamente de ese poder que pocos de ellos merecen.
Mientras tanto la sociedad civil, los que no pertenecemos a grupos de poder, ya porque no hayan podido entrar en ellos o porque no nos interesa pertenecer a ellos, que somos las verdadera mayoría, estamos condenados a vivir bajo el imperio de las políticas que en contra vía de la razón, ejecutan a diario los seudopoderosos de turno, para someternos a las consecuencias de sus torpes decisiones.
Hoy el país se encuentra más polarizado que nunca. Un Centro Democrático, que ni es de centro, ni es democrático. Ese grupo parecido más a una secta de fanáticos religiosos, es la antítesis de todo lo que representa la democracia.
La U, el liberalismo, el partido conservador, el Mira, entre otros, hacen parte de ese circo en que se convirtió el arte noble de la política para transmutarlo en una actividad de politiqueros, que no logran saciar sus apetitos voraces, su gula de poder, su lujuriosa concupiscencia con el mando, su perniciosa vida de inútiles que parecen estar trabajando, pero que en realidad maquinan desde sus posiciones privilegiadas para convertirse en amos y señores de comarcas enteras, en las que imponen su ley a las buenas o a las malas, gústele a quien le guste. Es la política rebajada a la más despreciable de todas las prostituciones. Curules compradas, politiqueros que cambian puestos por sumas impensables en seres normales. En suma, la degradación moral de toda una sociedad, por cuenta de unos sociópatas con apetitos muy desarrollados, autocrítica anulada y visión real del mundo inexistente.
En la otra esquina están el Polo y los grupúsculos que van desde izquierda moderada, hasta siniestra extrema, punto en el cual se encuentra con la extrema derecha de la cual se vuelve indistinguible. Como los polos opuestos de los imanes que se atraen mutuamente con polaridades contrarias.
Los unos hablan de los 64 engaños de los diálogos de paz, y para hacerlo, engañan, usando el sofisma, con el que lo que dicen, parece cierto aunque no lo sea. Su líder, se burla de la justicia, pisotea la dignidad de la misma y se hace embolar en ella, demostrando el desprecio infinito que tiene por las instituciones, esas mismas que un día puso a su servicio para dar gusto a su gula insaciable.
Los otros hablan de los sapos que nos tenemos que tragar para alcanzar la paz. Y aunque es cierto que para lograrla nos tendremos que tragar algunos, no podemos hacerlo como pretenden, arrodillando a un pueblo entero, para desmovilizar a los farsantes más grandes que ha tenido Colombia, los causantes de tantos males, los pregoneros de violencia, los violentos que quieren paz y pretenden olvido.
A todo ellos hay que repetirles: Paz sí, olvido no. Porque la paz construida sobre el olvido es un puente quebradizo de cascarones de huevos, que cubren un pozo séptico en el que hemos guardado por décadas todas nuestras purulencias como nación. No podemos tapar la sangre derramada por miles de colombianos decentes e inocentes, con capas de pintura que sirvan para esconder el cuadro dantesco que se esconde en nuestra realidad como nación. La paz solo se puede construir, con perdón, pero no con olvido, tiene que quedar en la memoria colectiva lo que significa la atrocidad de la guerra, la vergüenza del secuestro, la miseria del desplazamiento, la desventura del no futuro.
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